miércoles, 31 de agosto de 2011

La carrera de Ciencia Política ya tiene candidata para estas elecciones

      
La carrera de Ciencia Política ya tiene candidata para estas elecciones.

Gisela Catanzaro es la candidata a directora por la Carrera de Ciencia Politica de un amplio frente impulsado por los graduados de La Cámpora, otras agrupaciones kirchneristas y de la izquierda independiente de la carrera.
Gisela es socióloga, integrante de Carta Abierta y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se desempeña como investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y es profesora en las carreras de Ciencia Política y Sociología de la uba. También ha dictado cursos de posgrado en diversas facultades de esa misma universidad.
Su trabajo está centrado en la relación entre filosofía, política y ciencias sociales, el desarrollo del pensamiento marxista y la Teoría Crítica, entre otros temas. Ha publicado en coautoría con Ezequiel Ipar Las aventuras del marxismo. Dialéctica e inmanencia en la crítica de la modernidad (2003); en compilación con Leonor Arfuch Pretérito imperfecto. Lecturas críticas del acontecer (2008) y numerosos artículos en libros y revistas especializadas.
Fondo de Cultura Económica ha publicado La nación entre naturaleza e historia. Sobre los modos de la crítica (2011).

viernes, 26 de agosto de 2011

DE LA TEORIA A LA PRACTICA POLITICA

 DOS REFLEXIONES SOBRE EL ROL DE LOS INTELECTUALES EN LA VIDA PUBLICA

Escollos y desafíos

En un debate organizado por el Instituto de Investigaciones Gino Germani (Sociales-UBA), José Nun y Emilio De Ipola abordaron desde distintos enfoques la articulación entre intelectuales, política y formas de intervención pública. Aquí, sus planteos centrales

. Por Emilio De Ipola *
Para plantear algunos interrogantes sobre la relación de los intelectuales y la política, voy a referirme a mi experiencia en el interior del grupo Esmeralda que asesoró a Raúl Alfonsín, exclusivamente en la confección de sus discursos, entre 1985 y 1988. No quiero centrarme en la mera descripción, y menos aún en el elogio de esa experiencia, sino al contrario, referirme a sus escollos, a los desafíos que planteaba, a la mala conciencia que a veces nos producía, y también a algunos aspectos relacionados con la ética. El nacimiento de ese colectivo fue un poco desmañado: se fue constituyendo como una suma heterogénea de intelectuales y periodistas y durante un tiempo fue dirigido por un psiquiatra. En sus inicios, funcionó como una suerte de centro caótico de discusión, cuyo tema único era el grupo mismo: sus tareas, sus fines. No sabíamos para dónde íbamos, ni qué hacer para orientar el grupo.
Pero un día surgió la idea de visitar a Alfonsín. Allí las cosas empezaron a encarrilarse. Le propusimos que pronunciara un discurso sustantivo, teóricamente fundado, que culminara con una propuesta política fuerte y, por supuesto, progresista. Aceptó con entusiasmo. En virtud de ese discurso el grupo se fue organizando, dividiendo sus tareas: había un departamento de encuestas, otro de medios, un tercero de periodistas y un cuarto sin nombre: los “teóricos”.
Finalmente, el 1º de diciembre de 1985, a las 9, cerrando el plenario del congreso de la UCR, Alfonsín leyó el discurso. Fue ése el momento más positivo, más eufórico que vivió el grupo.
Cabe aquí una digresión. Alfonsín era un buen tipo, pero, además, quería ser un buen tipo, y se amaba a sí mismo en su condición de buen tipo. Cuidaba esa imagen, razón por la cual a menudo buscaba resolver todo por las buenas. Esa tendencia lo llevó a cometer importantes errores. Eso nos molestaba; no era necesario fomentar siempre esa imagen de bonhomía. Por otra parte –pensábamos–, sus intervenciones más acertadas tuvieron un claro sesgo colérico (en la Rural, en el púlpito, en un acto en que respondió a Ubaldini, allí presente).
Con los procesos a los militares –luego del Juicio a las Juntas– comenzaron los problemas. Las medidas tomadas por el gobierno (las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida) nos afectaron profundamente: nos sentíamos muy incómodos con nosotros mismos. Pues lo que daba a nuestra experiencia su particular complejidad era la necesidad de saber tomar distancia respecto del lugar que ocupábamos y las posiciones que asumíamos: la necesidad y sobre todo la dificultad de captar la mirada de nuestros testigos y jueces, encarnados en las posiciones, a menudo críticas, de nuestros pares. No ocultaré que el compromiso adquirido, junto a la cercanía con la figura del presidente, afectaba, más allá de nuestra voluntad y nuestra conciencia, la opiniones que vertíamos. Aquel que está cerca del poder adquiere una sensibilidad particular para comprender las dificultades que lo aquejan, así como para juzgar infundadas las críticas que recibe. Pero, con todo, mirando hacia atrás, hacia esos tiempos tormentosos, creo que no estábamos equivocados. Por eso, hoy sigo pensando que hicimos bien en incorporarnos al grupo Esmeralda y en cooperar en la elaboración de ese discurso tan lleno de deficiencias pero también de aciertos como fue el de Parque Norte. Ni decisiva, ni desdeñable, nuestra colaboración en ese y otros mensajes posteriores, formó parte, junto con la contribución de otras personas, de un intento valioso de otorgarle sentidos a la construcción de la democracia en la Argentina.
Siempre lo hicimos en un marco de tolerancia –celosamente protegido por Raúl Alfonsín–, manteniendo nuestros puntos de vista bajo el reconocimiento de que, sin integrar las filas de la UCR, intentábamos aportar una inquietud de izquierda democrática. En suma, Esmeralda y Parque Norte valieron la pena. De ningún modo renegamos de lo hecho: si se presentaran circunstancias análogas, volveríamos a hacerlo.

Investigador superior del Conicet, Instituto Gino
Germani (Sociales-UBA).

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La función intelectual



 Por José Nun *

1 Vivimos una época de continuos deslizamientos semánticos que oscurecen la realidad. Así, a un licenciado en Filosofía se lo llama “filósofo”, aunque nunca haya aportado una sola idea a su disciplina. Algo semejante ocurre con la siempre resbaladiza noción de “intelectual”. En su momento, Gramsci dio un gran paso adelante cuando desechó el uso del término para designar la naturaleza intrínseca de una actividad (como en la borrosa dicotomía “trabajo manual/trabajo intelectual”) y propuso que se empleara, en cambio, para aludir a una función determinada. Sólo que tanto la crisis de los discursos ideológicos totalizadores como la fragmentación de las clases sociales le han hecho perder anclaje a su propia categoría de “intelectual orgánico”, convirtiéndola en una abstracción.
2 Esto no significa en absoluto que la “función intelectual” haya desaparecido. Al revés, esa crisis y esa fragmentación la vuelven cada día más decisiva. Sólo que con ella apuntamos ahora a una apropiación eficaz de lo que producen esos que François Dosse llama “los talleres de la razón práctica”. Hablo, a la vez, de la necesidad y de la importancia de saberes acotados y rigurosos y de mediadores públicos que sean capaces de sistematizarlos críticamente y de ponerlos a disposición de audiencias amplias. La especificidad que asume hoy la función intelectual no excluye por cierto planteos más abarcativos, pero éstos dependen de la profundización de esos saberes y de las conexiones que se logren establecer entre ellos. Lo demás es cháchara de opinólogos poco dispuestos a cambiar nada y, mucho menos, su lugar.
3 Estamos muy lejos de Zola y del momento en que vio la luz el “Manifiesto de los intelectuales”, a fines del siglo XIX. Reitero: ahora cuenta muchísimo más la “función intelectual” que se cumpla que la pretendida figura de intelectual que se adopte. Por eso diría con apenas algo de exageración que puede haber obreros o gerentes o funcionarios de tiempo completo, pero no intelectuales de tiempo completo. No se trata de una profesión. Agente y función han dejado de ser asimilables, si es que alguna vez lo fueron. De ahí que crezcan tanto los riesgos de confusión y de un contrabando de credenciales que no tiene nada de ingenuo. Quiero decir: quienes asumen funciones intelectuales en ciertas circunstancias no lo hacen en otras, cuando la lógica de la militancia política, por ejemplo, los obliga a silenciar sus críticas o a sesgar sus discursos.
4 Entendámonos: son esenciales los papeles que cumplen los docentes o los investigadores o los militantes políticos. Es legítimo y necesario que se multiplique el número de quienes estudian a fondo aspectos diversos de la realidad, que hagan de esto una carrera profesional y que intercambien sus hallazgos con otros especialistas. Al mismo tiempo, es útil y recomendable que participen en actividades políticas de la más variada índole tal como lo hacen los jardineros o las azafatas. Pero desde el punto de vista que adopto aquí, nada de esto significa todavía que estén cumpliendo una función intelectual en el sentido descripto. Lo cual –prefiero pecar de repetitivo antes que ser mal interpretado– no va en absoluto en desmedro de sus prácticas.
5 Para decirlo en términos muy sencillos, en esta coyuntura la función intelectual implica adquirir conocimientos específicos en áreas que habitualmente se consideran reservadas a los expertos para después metabolizar críticamente esos conocimientos, relacionarlos con otros que resulten relevantes y ponerlos luego al servicio de quienes se interesen en comprender la realidad para poder transformarla. Pienso en temas tan fundamentales como la seguridad o la reforma fiscal o el sistema de salud o el uso del espacio público o la distribución del ingreso o la administración de justicia. Y pienso también en mediaciones críticas en sentido fuerte porque descreo del vínculo directo entre el político y el especialista. Estamos en un país donde la tentación del poder ha convertido ideológicamente a muchos expertos en ambiciosos aspirantes a tecnócratas y a buena parte de la dirigencia política en una nave a la deriva.

Investigador superior del Conicet, Instituto de Altos
Estudios Sociales (Unsam).

jueves, 18 de agosto de 2011

Estado, mercado y kirchnerismo

A continuación les reenviamos la nota que publicó hoy en Página /12 el amigo Amilcar Salas Oroño, mientras seguimos reflexionando y festejando semejante victoria.



 Por Amílcar Salas Oroño *

1 La instancia del voto no es un simple acto mecánico en el cual el representado únicamente le transfiere su potestad ciudadana al representante. Es también un momento en el que se expresan interpretaciones, donde se ponen en juego ideas, percepciones y deseos sobre el futuro personal y compartido. Las recientes elecciones primarias deben ser revisadas en ese registro: fue una peregrinación electoral masiva, contundente, con el objetivo de dejar en claro una posición política sobre los destinos colectivos. Una manifestación de conciencia popular respecto de lo que está en juego en este capitalismo del siglo XXI: o la originalidad latinoamericana reparadora, con su batería de derechos positivos y políticas compensatorias, y su espiritualidad movilizante, o bien el recetario del declive civilizatorio que exhiben los países centrales, con su insistencia en el ajuste.
2 Los cambios que vienen ocurriendo en el país resultan de una combinación heterodoxa de Estado y mercado; de más Estado y más mercado. En ese sentido, es comprensible que haya una superposición de imágenes respecto de cuál es el perfil de nuestra sociedad, respecto de qué tipo de subjetividades se están alentando y potenciando, qué estuvo detrás del voto. Al abrir el encierro neoliberal, al intentar modificar su agregación de intereses, sus circuitos de ideas, el kirchnerismo se expuso a las consecuencias propias de cualquier “época de cambios”: aparecen nuevos sujetos, otros se reformulan, se generan territorios inesperados de disputas, las clases dominantes ensayan sus contraataques, las clases trabajadoras relanzan su protagonismo, las juventudes golpean la puerta. Es la incertidumbre propia de una democracia que se va democratizando. Una sociedad en movimiento que hace circular nuevos lenguajes, que produce otros modelos de identificación y que, a diferencia de una década atrás, se encuentra sustantivamente más integrada. Articulando esta integración nacional, dos procesos combinados de resocialización: por un lado, el consumo como posibilidad individual de inclusión y participación en la vida social; por el otro, el Estado.
3 Está claro que no es una escena quieta: el intenso y sostenido crecimiento económico de los últimos años ha venido cambiando orgánicamente la tradicional dialéctica entre lo arcaico y lo moderno en la región: la propia idiosincrasia periférica viene modificándose, en sus paisajes, sus leyes, valores sociales e intensidades políticas. La ampliación del mercado trae consigo, en su reproducción, determinados comportamientos y subjetividades –sobre todo en las grandes ciudades– que los medios de comunicación y la propaganda se encargan de potenciar: autorreferencialidad, individualismo, un modelo del éxito público como consagración personal, sin importar mucho el contenido de lo que se diga, piense, ni lo que se transmita. La lógica de... ¡acumular cantidades!: automóviles a crédito, BlackBerry al contado, televisores en cuotas.
4 Ahora bien, esta resocialización desde el mercado –que quizás explique algunos votos distritales previos a las PASO– no es absoluta ni plena: se metaboliza en conjunto con el impacto que tiene el Estado en términos de organización material y discursiva de la realidad. En estos años hubo –directa o indirectamente– una socialización política de la ciudadanía promovida por la acción del Estado: hay una mayor conciencia colectiva respecto de la injerencia que puede tener el Estado en la vida cotidiana. Y esto ha despertado, también, solidaridades cruzadas, remotas, intrageneracionales a la hora de votar, esas mismas solidaridades que le faltan a la propia lógica del mercado: “Porque a mi madre le dieron la jubilación”, “Porque nos podemos casar con los mismos derechos”, etc.. Desde ese punto de vista, las primarias no resultaron en una contienda entre proyectos políticos diversos ni una competencia entre candidaturas, sino en un plebiscito al Estado; al sentido socializador, protector, dinamizador y normativo del Estado. Un acto colectivo de defensa y reivindicación que, en perspectiva histórica, tiene una significación clave. Si la elección de Alfonsín en 1983 reinstaló la democracia como horizonte de expectativas, esta última elección viene a completarla: la comprensión de que, en contextos periféricos como los nuestros, expoliados, desiguales, donde conviven el latifundio y las megaconstructoras y el trabajo esclavo cuelga en las tiendas de los shoppings, no hay posibilidad de avanzar en la ampliación de la democracia si no es a partir de un Estado como el que viene prefigurándose; así también nos lo indican nuestras mejores experiencias y tradiciones políticas.
5 La modernidad argentina es una mezcla; aunque haya muchas variaciones, en lo más hondo, es una mezcla. Una mezcla que nos tiene atrapados a todos; y qué fácil y qué normal es que la mezcla salga mal. Hoy en día, y a contramano de lo que ocurre en otras latitudes, se abren otros destinos para esa mezcla, tal como incluso lo admiten y promocionan algunos académicos estadounidenses y europeos frente a las múltiples crisis mundiales. El kirchnerismo es una mezcla original, disruptiva y esencialmente reparadora, sobre todo, de las condiciones sociales de los sectores subalternos, aquellos que no forman parte del programa que imaginan las elites; a lo largo de su ciclo político ha reconstruido y repuesto al Estado en el centro de la mezcla. Las primarias han revalidado esa mezcla. Una mezcla que no es poco; para una historia nacional no siempre feliz, una aspirina del tamaño del sol.
* Instituto de Estudios de América latina y el Caribe (UBA).

miércoles, 17 de agosto de 2011

Datos de una gran elección


  • ALIANZA FRENTE PARA LA VICTORIA : 50,07 %
  • ALIANZA UNION PARA EL DESARROLLO SOCIAL - UDESO : 12,17 %
  • ALIANZA FRENTE POPULAR : 12,16 %
  • ALIANZA FRENTE AMPLIO PROGRESISTA : 10,26 %
  • ALIANZA COMPROMISO FEDERAL : 8,17 %
  • OTROS : 7,17 %
Ministerio del Interior - Presidencia de la Nación

Con algunos, ni tres pasos

Por José Pablo Feinmann



         

Los de Cristina Kirchner y los de la derecha mediática son dos proyectos diferenciados y antagónicos que hoy se expresan, no sólo en nuestro país, sino en el drama (cercano al desastre o a la implosión de todo un sistema) que sacude al mundo. La economía liberal consagrada desde el Consenso de Washington ha arrastrado al capitalismo a la peor de sus crisis. Poco bueno se puede esperar de cualquiera de las resoluciones que ese acontecimiento histórico termine por expresar. No es casual que hasta el momento América latina, y muy especialmente nuestro país, se haya encontrado poco afectado por ella. Argentina –sencillamente– no está dentro de la economía neoliberal ni dentro del proyecto político que el capitalismo del tercer milenio sigue –casi de un modo suicida– impulsando. El proyecto neoliberal implica la hegemonía de un capitalismo financiero y especulativo que se realiza al margen de la producción. Según he leído, el eminente Eric Hobsbwaum ha declarado que la solución de los problemas actuales del capitalismo está en Marx. No creo que esté demasiado lejos de la verdad o de un valioso puñado de ellas. Pero son muchos los que saben que El Capital inicia su poderoso despliegue con un análisis de la mercancía, que su capítulo inicial lleva por título Mercancía y dinero y se abre con la siguiente frase: “La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como un ‘enorme cúmulo de mercancías’, y la mercancía individual como la forma más elemental de esa riqueza. Nuestra investigación, por consiguiente, se inicia con el análisis de la mercancía”. ¿Qué significa esto? Que el capitalismo que Marx analizó en el siglo XIX era un sistema productivo. Todo sistema productivo requiere un mercado de consumo. La antigua burguesía ganaba su dinero produciendo mercancías y, para hacerlo, requería fuerza de trabajo. Esa fuerza de trabajo –que eran los obreros– encontraba una inclusión en el sistema porque era a la vez una fuerza consumidora, junto a todos los otros sectores de la sociedad. Las clases medias ligadas a los estamentos de servicios, por ejemplo. No a los de la producción directa. Como fuere, el antiguo capitalismo generaba trabajo, pues su centro era la fabricación de mercancías. La dialéctica entre la producción y el consumo requería de ambos polos. No había producción sin consumo ni consumo sin producción. Este capitalismo (a partir, sobre todo, de la derrota de la Unión Soviética) fue reemplazado por un capitalismo financiero y especulativo, que, lejos de generar inclusión y puestos de trabajo, genera marginalidad y exclusión. En menos de veinte años está al borde del abismo. Los territorios de experimentación del Consenso de Washington fueron los países de América latina. Acaso Argentina haya sido el conejito de Indias privilegiado en que los diez puntos creados por el economista John Williamson y llevados adelante por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial como entes hegemónicos se aplicaron fervorosamente. Ese fervor se llamó menemismo. El gobierno de Carlos Saúl Menem y sus socios del capitalismo financiero y agrario cumplieron el esquema de los diez puntos del Consenso y devastaron el país, enriqueciéndose ellos en uno de los bandalajes más grandes de nuestra historia. El país –así destrozado– llegó a las crisis de 2001 y 2002. De esas crisis (que son un precedente de la que ahora conmueve a los países del Primer Mundo) salimos por medio de un esquema económico completamente alternativo. Fue el que aplicó el llamado “kirchnerismo”. Una mezcla de Keynes, el primer Perón y el populismo de izquierda latinoamericano. Ante todo, la recuperación de la política por medio de la recuperación del Estado. Desde Martínez de Hoz se dijo en la Argentina que achicar el Estado era agrandar la Nación. No es casual: el poder que hoy se empeña en retornar al capitalismo de la primacía de la economía, del “libre” mercado y de la primacía del capitalismo, no de la producción, sino de la especulación financiera y de la destrucción del Estado, es hijo dilecto de Martínez de Hoz y de los militares del golpe del ’76, de aquí que tanto los defiendan o que tanto los enfurezca que se los juzgue y acusen al Gobierno que lo hace de pertenecer a cierta remota organización armada de los años ’70.
A partir de 2003 la recuperación de la economía argentina es palpable y evidente. Lo saben aun los que odian a este gobierno, pero también saben que la están pasando bien, hasta diría demasiado bien. Autos cero cambiados cada dos años, restaurantes colmados, vacaciones, ropa, casas nuevas, etc. Por otra parte, el panorama de algo llamado “oposición” es tan desteñido que ha terminado casi por evaporarse. Sin embargo, la oposición no es la oposición. La verdadera oposición son los medios. El poder mediático en manos de las más grandes corporaciones que se han beneficiado y se beneficiarán aún más con un retorno a los viejos tiempos no tan viejos: apenas los benditos noventa. ¿Por qué la crisis mundial no ha afectado aún (y acaso lo haga, pero en una medida irrelevante) a la Argentina? Porque Argentina no participa de ese sistema económico. La economía política argentina (con lo que quiero decir: no hay economía sin un proyecto político detrás) se basa en la recuperación del Estado, en un intento de distribución del ingreso (que choca con enormes resistencias: recordar los días negros del conflicto con el “campo” en que todos, pero todos, desde la derecha hasta la izquierda, se unieron contra el Gobierno para defender un 3 por ciento de las ganancias millonarias de los dueños de la tierra), lucha contra los monopolios mediáticos en un intento inédito en este país de, por decirlo así, deconstruirlos y llevarlos a una competencia leal e igualitaria dentro del mercado (y lograr que éste sea realmente “libre”), sensibilidad ante los sectores populares y la lucha contra la pobreza, política abierta y valiente por los derechos humanos, juicio a los criminales de la dictadura, respeto y apoyo a las Madres y a las Abuelas (si ningún represor fue víctima de alguna venganza individual fue por la lucha de esas heroínas que nos distinguen ante el mundo y que jamás pidieron venganza sino justicia) y varias cosas más que llevan a dibujar una clara identidad de populismo de izquierda, la expresión política latinoamericana más avanzada en la lucha contra los poderes imperiales que en este momento puede librarse. Esto siempre será excesivo para la derecha y escaso para la izquierda. No importa. Es bueno y alentador que la izquierda haya superado el 1,5 por ciento, porque eso la alejará de las tentaciones de otras vías que no sean las de la participación dentro de la lucha democrática.
Aunque algunos lo digan, no termino de convencerme acerca de la inteligencia del electorado de Buenos Aires. Que sería así: votar a Macri para contener el poder omnímodo de Cristina Kirchner. Macri ya gobernó cuatro años y no contuvo nada. ¿Por qué habría de hacerlo ahora? No lo hará. No es un político. No tiene un partido ni gente capaz. Hará otra triste experiencia. Y si lo votaron desde el antiperonismo, se equivocan. El cristinismo es una experiencia nueva en el país. Sus raíces están en el peronismo, pero no diría lo mismo de su futuro. No es que lo desee. Sólo creo que será así. Cristina K irá en busca de un gobierno de unidad nacional, moderno, nuevo, sin bloqueos partidarios. Ahora bien, en la “unidad nacional” no entran todos. Porque, si así fuera, esa “unidad nacional” sería la noche en que todos los gatos son pardos. No, los canallas afuera. Esta determinación deberá ser ampliamente consensuada, jamás unilateral, pero existen en el país muchos que no lo quieren ni desean su triunfo, sino el propio, el de sus intereses, el de sus finanzas y para ello acuden a cualquier cosa. Sobre todo, a la mentira y a la injuria. Con todos, sí. Pero con ellos, no. Esa consigna que circula por ahí (“Con Videla o contra Videla, pero todos juntos”) es, para mí, un insulto. Y para muchos argentinos. Por fortuna, para la mayoría. Uno, si no es claramente un hijo de puta, no camina ni tres pasos con un tipo que está con Videla.

Para festejar y seguir militando con todo.

 Se realizaron las primarias en el país y nuestra presidenta superó el 50 por ciento de los votos en una elección histórica.

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