lunes, 23 de mayo de 2011

VIERNES 3 de Junio. EL TALLER DE PERONISMO.

Lamentamos que el Viernes pasado tuvimos que suspender el Taller debido a un corte de luz en la sede de Constitución donde se iba a desarrollar este encuentro y que pasamos para este Viernes 3 de Junio.
Cabe una pregunta sobre este hecho: Señor Decano, ¿puede ser que por un corte de luz, que duro solo algunos minutos, se suspendan la totalidad de las actividades académicas de nuestra Facultad?

El invitado que nos va acompañar en este recorrido sobre el "Peronismo" es el Lic. Héctor Angélico, ex-director de la carrera de Relaciones del Trabajo de la Facultad de Cs. Sociales UBA, y docente de dicha carrera en la materia "Principios de Sociología del Trabajo" e Ignacio Politzer, Director de la Carrera de Historia-UPMDM y Asesor del Ministerio de Trabajo de la Nación.

Se buscará abordar los temas referidos a las problemáticas del trabajo y las reformas laborales en el tiempo que Perón ocupara el cargo de Secretario de Trabajo y Previsión Social; vistos como antecedentes de lo que se conociera más tarde, con más amplitud, como la "revolución justicialista".

Los esperamos en la sede Marcelo T de Alvear 2230 a las 20hs, en el aula 407

Perón en la Secretaria de Trabajo y Previsión Social


Recuerden sólo para la orientación cronológioca que estamos en el eje temático N°3.
"El amigo de los trabajadores"

-La Secretaria de Trabajo y Previsión Social
-El terremoto de San Juan: Evita y Perón en el Luna Park.
-Perón y los sindicatos.
-Perón en la radio.

 Debajo de esta entrada encontraran algunos textos y links con libros del general Perón, esperamos que los disfruten y compartan sus opiniones en el debate que venimos dando juntos.
Nos vemos en el Taller...

Libros de Juan Perón

 en: http://www.peronvencealtiempo.com.ar/peron/libros-de-peron

Discurso del General Juan Domingo Perón ante la Asamblea constituyente reformadora el 27 de enero de 1949

Escrito por Juan Domingo Perón.

Señores Convencionales Constituyentes:
En la historia de todos los pueblos hay momentos brillantes cuyas fechas se celebran año tras año y en las cuales se establecen los principios y despiertan los valores que los acompañaron en su vida de Nación; tales fueron entre nosotros la Revolución de Mayo y su trascendencia americana impulsada por nuestros generales y por nuestros soldados. Están unidas estas fechas al entusiasmo popular que les otorga siempre un matiz de espontaneidad propicio para cantar el triunfo o la derrota. Son las horas solemnes que gestan la historia, son los momentos brillantes que cantan los poetas y declaman los políticos, son las horas de exaltación y de triunfo. Hay otras épocas en que, calladamente, los países se organizan sobre sólidos cimientos. Se las puede llamar épocas de transición, porque siempre señalan la decadencia de una era y el comienzo de otra. Pero no es esa su mayor importancia, sino que en realidad, en tales momentos, se extraen conclusiones y recapitulan los resultados de los hechos precedentes para poder aplicar unos y otros al porvenir. El entusiasmo cede su puesto a la serena reflexión, porque es necesario abstraer y clasificar para poder organizar y constituir. El resultado no depende de la fuerza ni del ingenio, sino del buen criterio y la imparcialidad de los hombres.
Dios no ha sido avaro con el pueblo argentino. Hemos saboreado los momentos de emoción exaltada y gustado las horas tranquilas de cimentación jurídica.
La cruzada emancipadora y la era constituyente son altísimos exponentes de la creación heroica y de la fundación jurídica.
El genio tutelar

Permitidme que después de agradecer la invitación que me habéis hecho de asistir a este acto tan trascendental para la vida de la República, eleve mi corazón y mi pensamiento hacia las regiones inmarcesibles, donde mora el genio tutelar de los argentinos, el general San Martín.

San Martín es el héroe máximo, héroe entre los héroes y Padre de la Patria. Sin él se hubieran diluido los esfuerzos de los patriotas y quizás no hubiera existido el aglutinante que dio nueva conformación al continente americano. Fue el creador de nuestra nacionalidad y el libertador de pueblos hermanos. Para él sea nuestra perpetua devoción y agradecimiento. Los Constituyentes del 53 habían padecido ya las
Consecuencias  de la desorganización, de la arbitrariedad y de la anarquía. La Generación del 53 era la sucesora de aquella de la Independencia, la heroica. Más que la estrategia de los campos de
Batalla tenía presente la obscura lucha civil; más que los cabildos populares, la desorganización política y el abandono de las artes y de los campos. Había visto de cerca la miseria, la sangre y el caos; pero debía elevarse apoyándose en el pasado para ver, más allá del presente, la grandeza del futuro; y más aún, tenía que sobreponerse a la influencia extranjera, ahondar en el modo de ser del país para no caer
en la imitación de leyes foráneas. Hubo de liberarse de la intransigencia de los círculos cerrados y de los resabios coloniales, para que la Constitución no fuera a la zaga de las de su tiempo.

Augustos diputados de la Nación nombró   Urquiza a los del Congreso Constituyente, y no estuvieron por debajo de ese adjetivo; reconstruyeron la Patria; terminaron con las luchas y unieron indisolublemente al pueblo y a la soberanía, renunciando a todo interés que estuviera por debajo del bienestar de la Nación. De esta manera se elaboró nuestra Carta Magna, no sólo para legislar sino para organizar, defender y unir a la Argentina.



Los nuevos tiempos
La evolución de los pueblos, el simple transcurso de los tiempos, cambian y desnaturalizan el sentido de la legislación dictada para los hombres de una época determinada. Cerrar el paso a nuevos conceptos, nuevas ideas, nuevas formas de vida, equivale a condenar a la humanidad
a la ruina y al estancamiento. Al pueblo no pueden cerrársele los caminos de la reforma gradual de sus leyes; no puede impedírsele que exteriorice su modo de pensar y de sentir y los incorpore a los cuerpos
fundamentales  de su legislación. No podía el pueblo argentino permanecer impasible ante la evolución que las ideas han experimentado de cien años acá. Mucho menos podía tolerar que la persona humana que el caballero que cada pecho criollo lleva dentro, permaneciera a merced de los explotadores de su trabajo y de los conculcadores de su conciencia. Y el límite de todas las tolerancias fue rebasando cuando se dio cuenta que las actitudes negativas de todos los poderes del Estado conducían a todo el pueblo de la Nación Argentina al escepticismo y a la postración moral, desvinculándolo de la cosa pública.
El derecho a la revolución
Las fuerzas armadas de la Nación, intérpretes del clamor del pueblo, sin rehuir la responsabilidad que asumían ante el pueblo mismo y ante la Historia, el 4 de junio de 1943, derribaron cuanto significaba una renuncia a la verdadera libertad, a la auténtica fraternidad de los argentinos.
La Constitución conculcada, las leyes incumplidas o hechas a medida de los intereses contrarios a la Patria; las instituciones políticas y la organización económica al servicio del capitalismo internacional;
los ciudadanos burlados en sus más elementales derechos cívicos; los trabajadores a merced de las arbitrariedades de quienes obraban con la impunidad que les aseguraban los gobiernos complacientes. Este es el cuadro que refleja vivamente la situación al producirse el movimiento militar de 1943.
No es de extrañar que el pueblo acompañara a quienes, interpretándole, derrocaban el régimen que permitía tales abusos. Por eso decía que no pueden cerrárseles los caminos de la reforma gradual y del perfeccionamiento de los instrumentos de gobierno que permiten y aun impulsan un constante progreso de los ciudadanos y un ulterior perfeccionamiento de los resortes políticos.
Cuando se cierra el camino de la reforma legal nace el derecho de los pueblos a una revolución legítima. La historia nos enseña que esta revolución legítima es siempre triunfante. No es la asonada ni el motín ni el cuartelazo; es la voz, la conciencia y la fuerza del pueblo oprimido que salta o rompe la
valla  que le oprime. No es la obra del egoísmo y de la maldad. La revolución en estos casos es legítima, precisamente porque derriba el egoísmo y la maldad. No cayeron éstos pulverizados el 4 de junio.
Agazapados, aguardaron el momento propicio para recuperar las posiciones perdidas. Pero el pueblo, esta vez, el pueblo solo, supo enterrarlos definitivamente el 17 de octubre.
La justicia social
Y desde entonces, la justicia social que el pueblo anhelaba, comenzó a lucir en todo su esplendor. Paulatinamente llega a todos los rincones de la Patria, y sólo los retrógrados y malvados se oponen al bienestar de quienes antes tenían todas las obligaciones y se les negaban todos los  derechos.
Afirmada la personalidad humana del ciudadano anónimo, aventada la dominación que fuerzas ajenas a las de la soberanía de nuestra Patria ejercían sobre la primera de nuestras fuentes de riqueza, es decir, sobre nuestros trabajadores y sobre nuestra economía; revelada de nuevo el ansia popular de vivir una vida libre y propia, se patentizó en las urnas el deseo de terminar para siempre y el afán de evitar el retorno de las malas prácticas y malos ejemplos que impedían el normal desarrollo de la vida argentina, por cauces de legalidad y de concordia.
El clamor popular que acompañó serenamente a las fuerzas armadas el 4 de junio y estalló pujante el 17 de octubre, se impuso, solemne, el 24 de febrero. Tres fechas próximas a nosotros, cuyo significado se proyecta hacia el futuro, y cuyo eco parece percibirse en las generaciones del porvenir.
La primera señala que las fuerzas armadas respaldan los nobles deseos y elevados ideales del pueblo argentino; la segunda, representa la fuerza quieta y avasalladora de los pechos argentinos decididos a ser muralla para defender la ciudadela de sus derechos o ariete para derribar los muros de la opresión; y en la última, resplandece la conjunción armónica, la síntesis maravillosa y el sueño inalcanzado aún por muchas democracias de imponer la voluntad revolucionaria en las urnas, bajo la garantía de que la libre conciencia del pueblo sería respaldada por las armas de la Patria.
La gran tarea
Desde este punto y hora comenzó para la Argentina la tarea de su reconstrucción política, económica y social. Comenzó la tarea de destruir todo aquello que no se ajusta al nuevo estado de la conciencia jurídica expresada tan elocuentemente en las jornadas referidas y confirmada cada vez que ha sido consultada la voluntad popular. Podemos afirmar que hoy el pueblo argentino vive la vida que anhelaba vivir.
No hubiéramos reparado en nada si para devolver su verdadera vida al pueblo argentino hubiera sido preciso transformar radicalmente la estructura del Estado; pero, por fortuna, los próceres que nos dieron honor, Patria y bandera, y los que más tarde estructuraron los basamentos jurídicos de nuestras instituciones, marcaron la senda que indefectiblemente debe seguirse para interpretar el sentimiento argentino y conducirlo con paso firme hacia sus grandes destinos. Esta senda no es otra que la libertad individual, base de la soberanía; pero ha de cuidarse que el abuso de la libertad individual no lesione la libertad de otros y que la soberanía no se limite a lo político, sino que se extienda a lo económico o, más claramente dicho, que para ser libres y soberanos no debemos respetar la libertad de quienes la usen para hacernos esclavos o siervos.
Por el instinto de conservación individual y colectivo, por el sagrado deber de defender al ciudadano y a la Patria, no debemos quedar indefensos ante cualquiera que alardeando de su derecho a la libertad quiera atentar contra nuestras libertades. Quien tal pretendiera tendrá que chocar con la muralla que le opondrán todos los corazones argentinos.
Hasta el momento actual, sólo se habían enunciado los problemas que debían solucionarse de acuerdo a la transformación que el pueblo argentino desea. Ahora, la representación de la voluntad general del pueblo argentino ha manifestado lo que contiene esta voluntad y a fe que no es mucho. Yo, que he vivido con el oído puesto sobre el corazón del pueblo, auscultando sus más mínimos latidos, que me he enardecido con la aceleración de sus palpitaciones y abatido con sus desmayos, podría concretar las aspiraciones argentinas diciendo que lo que el pueblo argentino desea es no tolerar ultrajes de fuera, ni de dentro, ni admitir vasallaje político ni económico; vivir en paz con todo el mundo, respetar la libertad de los demás, a condición de que nos respeten la propia; eliminar las injusticias sociales, amar
a la Patria y defender nuestra bandera hasta nuestro último aliento.
Convencido como estoy de que estos son los ideales que encarnan los convencionales aquí reunidos, permitidme que exprese la emoción profunda que me ha producido ver, que para precisar el alcance de anhelo de los Constituyentes del 53 el Partido Peronista haya acordado ratificar en el Preámbulo de la Carta Magna de los argentinos, la decisión irrevocable de constituir lo que siempre he soñado: una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.
Con la mano puesta sobre el corazón, creo que este es el sueño íntimo e insobornable de todos los argentinos; de los que me siguen y de los que no tengo la fortuna de verles a mi lado.
Las reformas
Con las reformas proyectadas por el Partido Peronista, la Constitución adquiere la consistencia de que hoy está necesitada. Hemos rasgado el viejo papelerío declamatorio que el siglo pasado nos transmitió; con sobriedad espartana escribimos nuestro corto mensaje a la posteridad, reflejo de la época que vivimos y consecuencia lógica de las desviaciones que habían experimentado los términos usados en 1853.
El progreso social y económico y las regresiones políticas que el mundo ha registrado en los últimos cien años, han creado necesidades ineludibles; no atenderlas proveyendo a lo que corresponda, equivale a derogar los términos en que fue concebida por sus autores. ¿Podían imaginar los Constituyentes del 53 que la civilización retrocediera hasta el salvajismo que hemos conocido en las guerras y revoluciones del siglo XX? ¿Imaginaron los bombardeos de ciudades abiertas o los campos de concentración, las brigadas de choque, el fusilamiento de prisioneros, las mil violaciones al derecho de gentes, los atentados a las personas y los vejámenes a los países que a diario vemos en esta posguerra interminable? Nada de ello era concebible. Hoy nos parece una pesadilla, y los argentinos no queremos que estos hechos amargos se puedan producir en nuestra Patria. Aún más: deseamos que no vuelvan a ocurrir en ningún lugar del mundo. ¡Anhelamos que la Argentina sea el reducto de las verdaderas libertades de los hombres y la Constitución su imbatible parapeto!
Orden interno
En el orden interno, ¿podían imaginarse los Convencionales del 53 que la igualdad garantizada por la Constitución llevaría a la creación de entes poderosos, con medios superiores a los propios del Estado?
¿Creyeron que estas organizaciones internacionales del oro se enfrentarían con el Estado y se negarían a sojuzgarle y a extraer las riquezas del país? ¿Pensaron siquiera que los habitantes del suelo argentino serían reducidos a la condición de parias obligándoles a formar una clase social pobre, miserable y privada de todos los derechos, de todos los bienes, de todas las ilusiones y de todas las esperanzas? ¿Pensaron que la máquina electoral montada por los que se apropiaron de los resortes del poder llegaría a poner la libertad de los ciudadanos a merced del caudillo político, del "patrón" o del
"amo", que contaba su "poderío electoral" por el número de conciencias impedidas de manifestarse libremente?
Hay que tener el valor de reconocer cuándo un principio aceptado como inmutable pierde su actualidad. Aunque se apoye en la tradición, en el derecho o en la ciencia, debe declararse caduco tan pronto lo reclame la conciencia del pueblo. Mantener un principio que ha perdido su virtualidad, equivale a sostener una ficción.
Con las reformas propiciadas pretendemos correr definitivamente un tupido velo sobre las ficciones que los argentinos de nuestra generación hemos tenido que vivir. Deseamos que se desvanezca el reino de las tinieblas y de los engaños. Aspiramos a que la Argentina pueda vivir una vida real y verdadera. Pero esto sólo puede alcanzarse si la Constitución garantiza la existencia perdurable de una democracia verdadera y real.
El ideal revolucionario
La demostración más evidente de que la conquista de nuestras aspiraciones va por buen camino la ofrece el hecho de que se reúne el Congreso Nacional Constituyente después de transcurridos más de cinco años y medio del golpe de fuerza que derribó el último gobierno oligárquico. La acción revolucionaria no hubiera resistido los embates de la pasión, de la maldad y de odio si no hubiese seguido la trayectoria inicial que dio impulso y sentido al movimiento. La idea revolucionaria no hubiera podido concretarse en un molde constitucional de no haber podido resistir las críticas, los embates y el desgaste propios de los principios cuando chocan con los escollos que diariamente salen al paso del gobernante. Los principios de la revolución no se hubieran mantenido si no hubiesen sido el fiel reflejo del sentimiento argentino.
Muy profunda ha de ser la huella impresa en la conciencia nacional por los principios que rigen nuestro movimiento cuando en la última consulta electoral el pueblo los ha consagrado otorgándoles amplios poderes reformadores. Y de esta Asamblea que hoy inicia su labor constructiva debe salir el edificio que la Nación entera aguarda para alojar dignamente el mundo de ilusiones y esperanzas que sus auténticos intérpretes le han hecho concebir.
En este momento se agolpan en mi mente las quimeras de nuestros próceres y las inquietudes de nuestro pueblo. Los episodios que han jalonado nuestra historia. La lucha titánica desarrollada en los casi ciento treinta y nueve años transcurridos desde el alumbramiento de nuestra Patria. La emancipación, los primeros pasos para organizarse, las discordias civiles, la estructuración política, los anhelos de independencia total, la entrega a los intereses foráneos, la desesperación del pueblo al verse sojuzgado económicamente y el último esfuerzo realizado por romper toda atadura que nos humillara y toda genuflexión que nos ofendiera.
Todo esto desfila por mi mente y golpea mi corazón con igual ímpetu que percute y exalta vuestro espíritu. Y pienso en los fútiles subterfugios que se han opuesto a las reformas proyectadas. Y veo tan deleznables los motivos y tan envueltas en tinieblas las sinrazones, que ratifico, como seguramente vosotros ratificáis en el altar sagrado de vuestra conciencia, los elevados principios en que las reformas se inspiran y las serenas normas que concretan sus preceptos.
Y consciente de la responsabilidad que a esta Magna Asamblea alcanza, os exhorto a que ningún sórdido interés enturbie vuestro espíritu y ningún móvil mezquino desvíe vuestro derrotero. Que salga limpia y pura la voluntad nacional. ¡Así añadiréis un galardón más de gloria a nuestra Patria!
Interés supremo de la Patria
En los grandes rasgos de las reformas proyectadas por el Partido Peronista, se perfila clara la voluntad ciudadana que ha empujado nuestros actos.
Cuando al crearse la Secretaría de Trabajo y Previsión se inició definitivamente la era de la política social, las masas obreras argentinas siguieron esperanzadamente la cruzada redentora que de tanto tiempo atrás anhelaban. Vieron claro el camino que debía recorrerse. En el discurso del día 2 de diciembre de 1943 afirmaba que "por encima de preceptos casuísticos, que la realidad puede tornar caducos el día de mañana, está la declaración de los altísimos principios de colaboración social". El objeto que con ello perseguía era: robustecer los vínculos de solidaridad humana, incrementar el progreso de la economía nacional, fomentar el acceso a la propiedad privada, acrecer la producción en todas sus manifestaciones y defender al trabajador mejorando sus condiciones de trabajo y de vida.
Al volver la vista atrás y examinar el camino recorrido desde que tales palabras fueron pronunciadas, no puedo menos que preguntar a los esforzados hombres de trabajo de mi Patria entera si, a pesar de todos los obstáculos que se han opuesto al logro de mis aspiraciones he logrado o no lo que me proponía alcanzar.
Y cotejando este programa mínimo, esbozo de la primera hora, cuando era tan fácil prometer sin tasa ni medida, ¿no es cierto que se nota una completa analogía con los rasgos esenciales de la reforma que el peronismo lleva al Congreso Constituyente? La mesura con que Dios guió mis primeros pasos es equiparable a la prudencia que inspira las reformas proyectadas.
Si así no hubiera sido, tened la absoluta certeza, de que, como jefe del partido, no hubiera consentido que se formularan. En toda mi vida política he sostenido que no dejaré prevalecer una decisión del partido que pueda lesionar en lo más mínimo el interés supremo de la Patria.
Creed que esta afirmación responde al más íntimo convencimiento de mi alma, y que fervientemente pido a Dios que mientras viva me lo mantenga. Había pensado en la conveniencia de presentar ante Vuestra Honorabilidad el comentario de las reformas que aparecen en el anteproyecto elaborado por el Partido Peronista. Desisto, sin embargo, de la idea porque exigiría un tiempo excesivo. Por otra parte, la explicación se encuentra sintetizada en el propio anteproyecto y desarrollada ampliamente por mí en un discurso que ha tenido amplia difusión.
La presencia de los pueblos
Señores: La comunidad nacional como fenómeno de masas aparece en las postrimerías de la democracia liberal. Ha  desbordado los límites del ágora política ocupada por unas minorías incapaces de comprender la novedad de los cambios sociales de nuestros días. El siglo XIX descubrió la libertad, pero no pudo idear que ésta tendría que ser ofrecida de un modo general, y que para ello era absolutamente imprescindible la igualdad de su disfrute.
Cada siglo tiene su conquista, y a la altura del actual debemos reconocer que así como el pasado se limitó a obtener la libertad, el nuestro debe proponerse la justicia.
El contenido de los conceptos Nación, sociedad y voluntad nacional no era antes lo que es en la actualidad. Era una fuerza pasiva; era el sujeto silencioso y anónimo de veinte siglos de dolorosa evolución.
Cuando este sujeto silencioso y anónimo surge como una masa, las ideas viejas se vuelven aleatorias, la organización política tradicional tambalea. Ya no es posible mantener la estructuración del Estado en una rotación entre conservadores y liberales. Ya no es posible limitar la función pública a la mera misión del Estado-gendarme. No basta ya con administrar: es imprescindible comprender y actuar. Es menester unir; es preciso crear.
Cuando esa masa planta sus aspiraciones, los clásicos partidos tunantes averiguan que su dispositivo no estaba preparado para una demanda semejante. Cuando la democracia liberal divisa al hombre al pie de su instrumento de trabajo, advierte que no había calculado sus problemas, que no había contado con él, y, lo que es más significativo, que en lo futuro ya no se podrá prescindir del trabajador.
Lo que los pueblos avanzan en el camino político, puede ser desandado en un día. Puede desviarse, rectificarse o perderse lo que en el terreno económico se avanza. Pero lo que en el terreno social se adelante, esto no retrocede jamás.
Democracia social
Y la democracia liberal, flexible en sus instituciones para retrocesos y discreteos políticos y económicos, no era igualmente flexible para los problemas sociales; y la sociedad burguesa, al romper sus líneas ha mostrado el espectáculo impresionante de los pueblos puestos de pie para medir la magnitud de su presencia, el volumen de su clamor, la justicia de sus aspiraciones.
A la expectación popular sucede el descontento. La esperanza en la acción de las leyes se transforma en resentimiento si aquéllas toleran la injusticia. El Estado asiste impotente a una creciente pérdida de prestigio. Sus instituciones le impiden tomar medidas adecuadas y se manifiesta el divorcio entre su
fisonomía  y la de la Nación que dice representar.
A la pérdida de prestigio sucede la ineficacia, y, a ésta, la amenaza de rebelión, porque si la sociedad no halla en el poder el instrumento de su felicidad, labra en la intemperie el instrumento de la
subversión.
¡Esto es el signo de la crisis!
El caso de los absolutismos abrió a las iniciativas amplio cauce; pero las iniciativas no regularían por sí mismas los objetivos colectivos, sino los privados.
Mientras se fundaban los grandes capitalismos, el pueblo permaneció aislado y expectante. Después, frente la explotación, fortaleció su propio descontento.
Hoy no es posible pensar organizarse sin el pueblo, ni organizar un Estado de minorías para entregar a unos pocos privilegiados la administración de la libertad. Esto quiere decir que de la democracia liberal hemos pasado a la democracia social.
Nuestra preocupación no es tan sólo crear un ambiente favorable para que los más capaces o los mejor preparados labren su prosperidad, sino procurar el bienestar de todos. Junto al arado, sobre la tierra, en los talleres y en las fábricas, en el templo del trabajo, donde quiera que veamos al individuo que forma esas masas, al descamisado, que identifica entre nosotros nuestra orgullosa compresión del acontecimiento de nuestro siglo, se halla hoy también el Estado.
Nuestro apoyo
El Estado argentino de hoy tiene ahí puesta su atención y su preocupación. La felicidad y el bienestar de la masa son las garantías del orden, son el testimonio de que la primera consigna del principio de autoridad en nuestra época ha sido cumplida.
Queden con su conciencia los que piensan que el problema puede solucionarse aprisionando con mano de hierro las justas protestas de la necesidad o los que quieren convertir la Nación en un rencoroso régimen de trabajos forzados sin compensaciones y sin alegrías.
Nosotros creemos que la fe y la experiencia han iluminado nuestro pensamiento, para permitirnos extraer de esa crisis patética de la humanidad las enseñanzas necesarias. Esa masa, ese cuerpo social, ese descamisado que estremece con su presencia la mole envejecida de las organizaciones estatales que no han querido aún mortificarse ni progresar es, precisamente, nuestro apoyo, es la causa de nuestros trabajos, es nuestra gran esperanza. Y esto es lo que da, precisamente, tono, matiz y sentido a nuestra democracia social.
Perfeccionar la libertad
Señores: Estamos en este recinto unidos espiritualmente en el gran anhelo de perfeccionar la magna idea de libertad, que las desviaciones de la democracia liberal y su alejamiento de lo humano hicieron imposible.
Cuando el mundo vive horas de dolorosa inquietud, nos enorgullece observar que lo que impulsa y anima nuestra acción es la comunidad nacional esperanzada. Conscientes de la trascendencia del momento, del signo decisivo de esa época en que nos hallamos, queremos  hacernos dignos de su confianza.
Señores Convencionales: Termino mis palabras con las que empieza y seguirá empezando nuestra Constitución: ¡Invoco a Dios, fuente de toda razón y justicia, para que os dé el acierto que los argentinos esperamos y que la Patria necesita!

“Los derechos del trabajador” [24 de febrero de 1947]

Escrito por Juan Domingo Perón.

El Presidente de la Nación Argentina haciéndose interprete de los anhelos de justicia social que alientan los pueblos y teniendo en cuenta que los derechos derivados del trabajo, al igual que las libertades individuales, constituyen atributos naturales, inalienables e imprescriptibles de la personalidad humana, cuyo desconocimiento o agravio es causal de antagonismos, luchas y malestares sociales considera necesario y oportuno enunciarlos mediante una declaración expresa, a fin de que, en el presente y en el futuro, sirva de norma para orientar la acción de los individuos y de los poderes públicos, dirigida a elevar la cultura social, dignificar el trabajo y humanizar el capital, como la mejor forma de establecer el equilibrio entre las fuerzas concurrentes de la economía y de afianzar, en un nuevo ordenamiento jurídico, los principios que inspiran la legislación social.
Por ello, y de acuerdo con estos propósitos y fines, formula solemnemente la siguiente declaración:
I. Derecho de trabajarEl trabajo es el medio indispensable para satisfacer las necesidades espirituales y materiales del individuo y de la comunidad, la causa de todas las conquistas de la civilización y el fundamento de la prosperidad general; de ahí que el derecho de trabajar debe ser protegido por la sociedad, considerándolo con la dignidad que merece y proveyendo ocupación a quien la necesite.
II. Derecho a una retribución justaSiendo la riqueza, la renta y el interés del capital fruto exclusivo de trabajo humano, la
comunidad debe organizar y reactivar la fuente de producción en forma de posibilitar y garantizar al trabajador una retribución moral y material que satisfaga sus necesidades vitales y sea compensatoria del rendimiento obtenido y del esfuerzo realizado.

III. Derecho a la capacitaciónEl mejoramiento de la condición humana y la preeminencia de los valores del espíritu, imponen la necesidad de propiciar la elevación de la cultura y de la aptitud profesional, procurando que todas las inteligencias puedan orientarse hacia todas las direcciones del conocimiento, e incumbe a las sociedades estimular el esfuerzo individual proporcionando los medios para que, en igualdad de oportunidades, todo individuo puede ejercitar el derecho a aprender y perfeccionarse.
IV. Derecho a condiciones dignas de trabajoLa consideración debida al ser humano, la importancia que el trabajo reviste como función social y recíproco entre los factores concurrentes de la producción, consagran el derecho de los individuos a exigir condiciones dignas y justas para el desarrollo de su actividad y la obligación de la sociedad de velar por la estricta observancia de los preceptos que las constituyen y reglamentan.
V. Derecho a la preservación de la saludEl cuidado de la salud física y moral de los individuos debe ser una preocupación primordial y constante de la sociedad a la que corresponde velar para que el régimen de trabajo reúna los requisitos adecuados de higiene y seguridad, no exceda las posibilidades normales de esfuerzo y posibilite la debida oportunidad de recuperación por el reposo.
VI. Derecho al bienestarEl derecho de los trabajadores al bienestar, cuya expresión mínima se concreta en la posibilidad de disponer de vivienda, indumentaria y alimentación adecuadas, de satisfacer sin angustias sus necesidades y las de sus familias en forma que les permita trabajar con satisfacción, descansar libres de preocupaciones y gozar desmesuradamente de expansiones espirituales y materiales, impone la necesidad social de elevar el nivel de vida y de trabajo con los recursos directos e indirectos que permita el desenvolvimiento económico.
VII. Derecho a la seguridad socialEl derecho de los individuos a ser amparados en los casos de disminución, suspensión o pérdida de su capacidad para el trabajo, promueve la obligación de la sociedad de tomar unilateralmente a su cargo las prestaciones correspondientes o de promover regímenes de mutua obligatoria destinados, unos y otros, a cubrir o complementar las insuficiencias o inaptitudes propias de ciertos periodos de la vida o las que resulten de infortunios provenientes de riesgos eventuales.
VIII. Derecho a la protección de la familiaLa protección de la familia responde a un natural designio del individuo desde que en ella genera sus más elevados sentimientos afectivos y todo empeño tendiente a su bienestar debe ser estimulado y favorecido por la comunidad como el medio más indicado de propender el mejoramiento del género humano y a la consolidación de principios espirituales y morales que constituyen la esencia de la convivencia social.
IX. Derecho al mejoramiento económicoLa capacidad productora y el empeño de superación hallan un natural incentivo en las
posibilidades del mejoramiento económico, por lo que la sociedad debe apoyar y favorecer las iniciativas de los individuos tendientes a ese fin y estimular las formación y utilización de capitales en cuanto constituyen elementos activos de la producción y contribuyan a la prosperidad general.
X. Derecho a la defensa de los intereses profesionalesEl derecho de agremiarse libremente y de participar en otras actividades lícitas tendientes a la defensa de los intereses profesionales constituyen atribuciones esenciales de los trabajadores que la sociedad debe respetar y proteger, asegurando su libre ejercicio y reprimiendo todo acto que pueda dificultarlo o impedirlo.
JUAN DOMINGO PERÓN
[1] En un acto organizado por la CGT en el Teatro Colón, ciudad de Buenos Aires , proclamó los derechos del trabajador el día 24 de Febrero de 1947. El original del documento fue entregado por Perón en custodia al Secretario General de la Confederación General del Trabajo (CGT) de la República Argentina durante el acto de su elección.
La proclama sintetizaba diez derechos básicos: derecho al trabajo, a una justa distribución, a la capacitación, a condiciones dignas de trabajo y de vida, a la salud, al bienestar, a la seguridad social, a la protección de la familia, al mejoramiento económico y a la defensa de los intereses profesionales. Estos derechos fueron posteriormente formalizados a través de un Decreto del Poder Ejecutivo Nacional, el día 7 de marzo de 1947, bajo el número 4865, y luego fueron incorporados en el artículo 37 de la Constitución de la Nación Argentina, sancionada por la Convención Constituyente el 11 de marzo de 1949.

Defensa Nacional - Universided de La Plata, 10 de junio de 1944

Escrito por Juan Domingo Perón.

Agradezco profundamente la cordial invitación que el doctor Labougle ha tenido la amabilidad de formularme para inaugurar la Cátedra de Defensa Nacional, ocupando esta alta tribuna de la Universidad.
Mi investidura de Ministro de Guerra me obliga a aceptar tan insigne honor, anteponiéndome a otros camaradas de la Fuerzas Armadas, cuya versación sobre la materia tendréis oportunidad de apreciar, en las próximas disertaciones.
Los amables conceptos sobre mi persona, vertidos por la gentileza del doctor Labougle, que aprecio y agradezco, fuerza es confesarlo, se fundan más que nada en su benevolencia proverbial
Las Fuerzas Armadas, y dentro de ellas, los que nos hemos dedicado a analizar, penetrar y captar el complejo problemas que constituye la guerra, no hemos podido menos que regocijarnos con la resolución del Consejo Superior de la Universidad de La Plata, del 9 de septiembre de 1943, que dispuso crear la Cátedra de Defensa Nacional, y ponerla en funcionamiento en el corriente año.
Esta medida que, sin temor a equivocarme, califico de trascendental, hará que la pléyade de intelectuales que en esta casa se formen, conozcan y se interesen por la solución de los variados y complejos aspectos que configuran el problema de la defensa nacional de la Patria, y más tarde, cuando por gravitación natural los más calificados entre ellos sean llamados a servir sus destinos, si han seguido profundizando sus estudios, contemos con verdaderos estadistas que puedan asegurar la grandeza a que nuestra Nación tiene derecho.
Una vez más conviene repetir, el consejo sanmartiniano en su proclama del 22 de julio de 1820 dirigido desde su Cuartel General en Valparaíso, “a los habitantes de las Provincias del Río de la Plata”:
“En fin, a nombre de vuestros propios intereses, os ruego que aprendáis a distinguir los que trabajan por vuestra salud, de los que meditan vuestra ruina;  no os expongáis a que los hombres de bien os abandonen al consejo de los ambiciosos;  la firmeza de las almas virtuosas no llega hasta el extremo de sufrir que los malvados sean puestos a nivel con ellas;  y desgraciado el pueblo donde se forma impunemente tan escandaloso paralelo”.
Palabras eternas las del Gran Capitán.  Hoy, como entonces, nuestra amada Patria vive horas de transformación y de prueba.  Asiste, además, a una verdadera lucha de generaciones, de la que debe resultar un porvenir. Dios quiera sea luminoso y feliz.
El mundo ha de estructurarse sobre nuevas formas, con nuevo contenido político, económico y social.  Grave es la responsabilidad de los maestros del presente.  Incierto, el futuro de esta juventud, que ha de hacerse cargo de ese porvenir, como conductora de un pueblo en marcha, que tiene riqueza, pujanza y una tradición de gloria que defender.
He asistido en Europa a la crisis más extraordinaria que haya presenciado la humanidad desde 1939 hasta 1941.  En ella he podido apreciar en los hechos, cuanto os diré seguidamente.  Por eso, antes que una exposición académica del tema, he preferido hacer una mención realista del problema de la defensa nacional moderna, en su amplio contenido, sus causas y sus consecuencias.

I. – EL TEMA.
El tema que me ha sido propuesto, “Significado de la defensa nacional desde el punto de vista militar”, lo considero muy conveniente para esta disertación, porque me permitirá analizar el cuadro de conjunto del problema de la defensa nacional, dejando para más tarde el estudio detallado de sus aspectos parciales.
Las dos palabras, DEFENSA NACIONAL, pueden hacer pensar a algunos espíritus que se trata de un problema cuyo planteo y solución interesan e incumben únicamente a las fuerzas armadas de una nación.  La realidad es bien distinta.  En su solución entran en juego todos sus habitantes;  todas las energías, todas las riquezas, todas las industrias y producciones más diversas;  todos los medios de transporte y vías de comunicación, etc., siendo las fuerzas armadas únicamente, como luego veremos en el curso de mi exposición, el instrumento de lucha de ese gran conjunto que constituye “la Nación en armas”.

II. LA GUERRA, FENÓMENO SOCIAL.
Han existido en el mundo pensadores que sin temor califico de utopistas, que en todos los tiempos y países han expresado que la guerra podía ser evitada.  Más, siempre a corto plazo, una nueva conflagración ha venido a imponer el disenso más rotundo a esta teoría.
El ejemplo más reciente y también más palpable de este fracaso, lo constituye la fenecida Liga de las Naciones, en cuya acción tantas esperanzas de paz ininterrumpida se cifraron, y que se reveló impotente para evitar que el Japón y China se encuentren luchando desde hace una década, aproximadamente;  que Italia conquistase a Etiopía;  que Paraguay y Bolivia se ensangrentaran en la selva chaqueña, y finalmente, que el mundo todo se encendiera en la actual conflagración que golpea hasta nuestras puertas.
Los estadistas que actualmente dirigen la guerra de los principales países en lucha, ya sea bajo el signo del “Nuevo Orden” o bajo la bandera de las “Naciones Unidas”, muestran a los ojos ansiosos de sus pueblos una felicidad futura basada en una ininterrumpida paz y cordialidad entre las naciones, y la promesa de una verdadera justicia social entre los Estados.
Este espejismo no puede ser más que una esperanza para pueblos que agotados en una larga y cruenta lucha, buscan en una esperanza de futura felicidad el aliciente necesario para realizar el último esfuerzo, en procura de un triunfo que asegure la existencia de sus respectivas naciones.
En efecto, alguien tendría que demostrar inobjetablemente que Estados Unidos de Norteamérica, Inglaterra, Rusia y China, en el caso que las Naciones Unidas ganen la guerra; y lo mismo que Alemania y Japón, en el caso inverso, no tendrán jamás en el futuro, intereses encontrados que los lleve a iniciar un nuevo conflicto entre sí;  y aunque los vencedores no pretenderán establecer en el mundo un imperialismo odioso, que obligue a la rebelión de los oprimidos, para recién creer que la palabra guerra queda definitivamente descartada de todos los léxicos.
Pero los humanos, de barro fuimos amasados; y siendo la célula constituyente de las naciones, no podremos hallar jamás la solución ideal de los complejos problemas de todo orden, sociales, económicos, financieros, políticos. Etc., que asegure una ininterrumpida paz universal.
En Europa, el continente superpoblado por excelencia, es donde estos problemas sufren sus más agudas crisis, constituyendo así un volcán con incontenible energía interna, que periódicamente entra en erupción, sacudiendo al mundo entero.
El continente americano, sin experimentar la agudización de estos mismos problemas, ha encontrado muchas veces en el arbitraje la solución de las cuestiones territoriales, derivadas de límites más definidos.  Pero muchas veces también se ha encendido en luchas fraticidas, o se han visto sus naciones arrastradas a conflictos extra continentales, cuya solución, muchas veces, no les interesaba mayormente.
Algún oyente prevenido, podrá pensar que esta aseveración mía de que la guerra es un fenómeno social inevitable, es consecuencia de mi formación profesional, porque algunos piensan que los militares deseamos la guerra, para tener en ella oportunidad de lucir nuestras habilidades.
La realidad es bien distintas, los militares estudiamos tan a fondo el arte de la guerra, no sólo en lo que a la táctica, estrategia y empleo de sus materiales se refiere, sino también como fenómeno social; y comprendiendo el terrible flagelo que representa para una nación, sabemos que debe ser en lo posible evitada, y sólo recurrir a ella en casos extremos.
Eso sí, cumplimos con nuestra obligación fundamental de estar preparados para realizarla, y dispuestos a los mayores sacrificios en los campos de batalla, al frente de la juventud armada que la Patria nos confía para defensa de su patrimonio, sus libertades, sus ideales o su honor.  Si se quiere la paz, el mejor medio de conservarla es prepararse para la guerra.
III. SI SE QUIERE LA PAZ, EL MEJOR MEDIO PARA CONSERVARLA ES PREPARARSE PARA LA GUERRA.
El aforismo Si vis pacem, para bellum, se encuentra lo suficientemente demostrado por multitud de ejemplos históricos, para permitir siquiera ser puesto en discusión.
No tenemos más que volver los ojos a la iniciación de la actual contienda, para ver cómo Francia, la vencedora de la Guerra 1914-18, y la primera potencia militar del mundo, desde esa época hasta que Alemania inicia, en el año 1934, aproximadamente, sus intensos preparativos militares, más o menos encubiertos, en pocos días es deshecha y eliminada definitivamente de la contienda.
Es evidente que la profunda desorganización interna de Francia la llevó a descuidar su preparación para la guerra, a pesar de ver claramente el peligro que la amenazaba, lo cual fue hábilmente aprovechado por Alemania, que caro le hace pagar su error.
Alguien podrá decir que Inglaterra tampoco se encontraba preparada para la guerra, y que en los actuales momentos parece tener a su favor las mejores perspectivas de éxito.  Quienes dicen  esto, olvidan que en el Canal de la Mancha, que felizmente para ella la separa del Continente, reinó siempre incontrastablemente su aguerrida flota, impidiendo el desembarque del ejército alemán;  que la reducida preparación de su ejército le costó el desastre de Dunkerque; y finalmente, que su reducida aviación no pudo impedir las incursiones de la alemana, de las que las ruinas de Coventry son una muestra.
Las naciones del mundo pueden ser separadas en dos categorías: las satisfechas y las insatisfechas.  Las primeras,  todo lo poseen y nada necesitan, y sus pueblos tienen la felicidad asegurada, en mayor o menor grado.  A las segundas, algo les falta para satisfacer sus necesidades:  mercados donde colocar sus productos, materias primas que elaborar, sustancias alimenticias en cantidad suficiente; un papel político que jugar, en relación con su potencialidad, etc.
Las naciones satisfechas son fundamentalmente pacifistas, y no desean exponer a los azares de una guerra la felicidad de que gozan.
Las insatisfechas, si la política no les procura lo que necesitan o ambicionan, no temerán recurrir a la guerra para lograrlo.
Las primeras, aferradas a la idea de una paz inalterable, porque mucho la desean, generalmente descuidan su preparación  para la guerra, y no gastan lo que es necesario para conservar la felicidad de su pueblo.
Las segundas, sabiendo que una guerra es probable, por cuanto si no tienen pacíficamente lo que desean, recurrirán a ella; ahorran miseria de la miseria, y se preparan acabadamente para sostenerla, y en un momento determinado pueden superar a las naciones más ricas y poderosas.
Tenemos así las naciones pacifistas y las naciones agresoras.
Nuestro país, es evidente, se encuentra entre las primeras.  Nuestro pueblo puede gozar, relativamente, de una gran felicidad presente; pero, por desgracia, no podemos escudriñar el fondo del pensamiento de las demás naciones, para saber en momento oportuno si alguien pretende arrebatárnosla.
La preparación de la defensa nacional es obra de aliento, y que requiere un constante esfuerzo realizado durante largos años.  La guerra es un problema tan variado y complejo, que dejar todo librado a la improvisación en el momento en que ella se presente, significaría seguir esa política suicida que tanto criticamos.
No olvidemos que si nos vemos obligados a ir a una guerra, y lo que es más grave, la perdemos, necesariamente nos convertiremos en lo contrario de una nación pacifista, asumiendo el papel de un país  que busca reivindicaciones en pro de la recuperación del patrimonio de la nación y del honor mancillado.
IV. CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DE LA GUERRA.

La guerra, desde la antigüedad, ha evolucionado constantemente, pasando de la familia a la tribu; de esta, a los ejércitos de profesionales y mercenarios; a la leva en masa, que nos muestra la Revolución Francesa y Napoleón más tarde. Y por último, a la lucha total de pueblos contra pueblos, que vimos en la contienda de 1914-18, y que en la actual ha alcanzado su máxima expresión.
El concepto de la “Nación en armas o guerra total”, emitido por el mariscal von der Goltz en 1883, es, en cierto modo, la teoría más moderna de la defensa nacional, por la cual las naciones buscan encauzar en la paz y utilizar en la guerra hasta la última fuerza viva del Estado, para conseguir su objetivo político.
Hoy, los pueblos disponen de su destino.  Ellos labran su propia fortuna o su ruina.  Es natural que ellos, en conjunto, defiendan lo que cada uno por igual ama y le interesa defender de la patria y su patrimonio.
En la época de los ejércitos profesionales y mercenarios, los pueblos no participaban en las contiendas, sino a través de las fuertes contribuciones para solventarlas, o las devastaciones que dejaban tras de sí los ejércitos en lucha.  Una gran masa de la población no la sufría;  y a veces, hasta la ignoraba.
Las guerras de la Revolución Francesa y, más tarde las de Napoleón, afectaron ya al pueblo francés, por la contribución en material humano que le impusieron.
Es recién la guerra mundial de 1914-18 la que muestra a las naciones participantes empeñadas en el esfuerzo máximo para conseguir la victoria.  La guerra se juega en los campos de batalla, en los mares, en el aire, en el campo político, económico, financiero, industrial; y se especula hasta con el hambre de las naciones enemigas.
Ya no bastan generales y almirantes geniales, con ejércitos y flotas eficientes, para conquistar la victoria.  A su lado, los representantes de todas las energías de la Nación tienen un rol importantísimo que jugar en la dirección de la guerra; y muchas veces, son ellos los que orientan la conducción de las operaciones de las fuerzas armadas.
Pero aún en los años 1914-18, detrás de los ejércitos en lucha, las poblaciones entregadas a un constante esfuerzo para mantenerla potencia combativa de las fuerzas armadas, vivían en una relativa tranquilidad y bienestar.
La moral de la nación se mantenía sobre la base de los éxitos obtenidos en los campos de batalla, hábilmente explotados por una inteligente propaganda.
La actual contienda, con el considerable progreso técnico de la aviación, nos muestra la expresión más acabada del concepto de la “Nación en armas”.
Los pueblos de las naciones en lucha, no se encuentran ya a cubierto contra las actividades bélicas, dado que poderosas formaciones aéreas siembran la destrucción y la muerte en poblaciones más o menos indefensas, buscando minar su moral y destruir las fuentes del potencial de guerra de la nación enemiga.  El panfleto toma un lugar importante al lado de las tremendas bombas incendiarias y explosivas, en la carga de los poderosos aviones de bombardeo.
Un país en lucha puede representarse por un arco con su correspondiente flecha, tendido al límite máximo que permite la resistencia de su cuerda y la elasticidad de su madero y apuntando hacia un solo objetivo: ganar la guerra.
Sus fuerzas armadas están  representadas por la piedra o el metal que constituye la punta de la flecha; pero el resto de esta, la cuerda y el arco, son la nación toda, hasta la última expresión de su energía y poderío.
En consecuencia, no es suficiente que los integrantes de las fuerzas armadas nos esforcemos en preparar el instrumento de lucha, en estudiar y comprender la guerra, deduciendo enseñanzas de las diferentes contiendas que han asolado al mundo.  Es también necesario que todas las inteligencias de la Nación, cada una en el aspecto que interesa a sus actividades, se esfuerce también en conocerla, estudiarla y comprenderla, como única forma de llegar a esa solución integral del problema que puede presentársenos;  y tendremos que resolver, si un día Dios decide que la guerra haga sonar su clarín en las márgenes del Plata.
En consecuencia, la decisión del Consejo Superior de la Universidad de La Plata, a que antes me he referido, constituye, sin duda, un valioso escalón hacia esa meta que debemos alcanzar.
V. DEFENSA NACIONAL.

La organización de la defensa nacional de un país es una vasta y compleja tarea de años y años, por medio de la cual se han de ejecutar una serie de medidas preparatorias durante la paz, para crearles a sus fuerzas armadas las mejores condiciones para conquistar el éxito en una contienda que puede presentársele.  Se formulará una serie de previsiones, a fin de que la nación pueda adquirir y mantener ese ritmo de producción y sacrificio que nos impone la guerra, al mismo tiempo que se preverá el mejor empleo a dar a sus fuerzas armadas.  Y finalmente, otra serie de previsiones, una vez terminada la guerra:  desmontar la maquinaria bélica en que el país se ha convertido, y adquirir de nuevo su vida normal de paz, con el mínimo de inconvenientes, convulsiones y trastornos.
Dada la brevedad a que me obliga esta exposición, tendré que limitarme a analizar sucintamente sus aspectos principales;  y para evitar la aridez de tratar este asunto en forma absolutamente teórica, me referiré a las enseñanzas que nos deja la historia militar, y su aplicación a los problemas particulares de nuestro país, en lo que me sea posible.
1.- Objetivos políticos


Cualquier país del mundo, sea grande o pequeño, débil o poderoso, con un grado elevado o reducido de civilización, posee un objetivo político determinado.
El objetivo político es la necesidad o ambición de un bien, que un Estado tiende a mantener o conquistar, apara su perfeccionamiento o engrandecimiento.
El objetivo político puede ser de cualquier orden: reivindicación o expansión territorial, hegemonía política  o económica, adquisición de mercados u otras ventajas comerciales, imposiciones sociales o espirituales, etc.
Se ha dado en clasificarlos como negativos o positivos, según se trate de mantener lo existente; o bien, conquistar algo nuevo, ya sean continentales o mundiales, según las proyecciones de los mismos.
Los objetivos políticos de las naciones, son una consecuencia directa de la sensibilidad de los pueblos.  Y debemos recordar que éstos tienen ese instinto seguro, que en la solución de los grandes problemas los orienta siempre hacia lo que más les conviene.
Los estadistas o gobernantes, únicamente los interpretan y los concretan en forma más o menos explícita y ajustada.
La verdadera sabiduría de los pueblos y el buen juicio de sus gobernantes consiste, precisamente, en no proponerse un objetivo político desorbitado, que no guarde  relación con la potencialidad de la nación, lo cual, en caso contrario, la obligaría a enfrentarse con un enemigo tan poderoso, que no sólo tendría  que renunciar a sus aspiraciones, sino perder parte de su patrimonio.
También es verdad que a las naciones les llegan, en su historia, horas cruciales, en las que, para defender su patrimonio o su honor, deben sostener una lucha sin esperanzas de triunfo; porque , como nos lo enseñaron nuestros padres de la Independencia, “más vale morir, que vivir esclavos”.
Nuestro país, como pocos otros del mundo, puede ostentar objetivos políticos confesables y dignos.
Nunca nuestros gobernantes sostuvieron principios de reivindicación o conquista territorial.  No pretendimos ejercer una hegemonía política, económica o espiritual en nuestro Continente.
Sólo aspiramos a nuestro natural engrandecimiento, mediante la explotación de nuestras riquezas, y a colocar el excedente de nuestra producción en los diversos mercados mundiales, para poder adquirir lo que necesitamos.
Deseamos vivir en paz, con todas las naciones de buena voluntad del globo.  Y el progreso de nuestros hermanos de América, sólo nos produce satisfacción y orgullo.
Queremos ser el pueblo más feliz de la Tierra, ya que la naturaleza se ha mostrado pródiga con nosotros.


2.-Acción de la diplomacia y conducción
de la política externa.


La diplomacia debe actuar en forma similar a la conducción de una guerra.  Como ella, posee sus fuerzas, sus armas, y debe librar las batallas que sean necesarias para conquistar las finalidades que la política le ha fijado.
Si la política logra que la diplomacia obtenga el objetivo trazado, su tarea se reduce a ello; y termina allí,  en lo que a ese objetivo se refiere.
Si la diplomacia no puede lograr el objetivo político fijado, entonces es encargada de preparar las mejores condiciones para obtenerlo por la fuerza, siempre que la situación hagan ver como necesario el empleo de este medio extremo.
El período político que precedió a la actual contienda, constituye un excelente ejemplo  que nos aclarará estos conceptos.
Desde el advenimiento del partido Nacionalsocialista al poder, en el año 1933, el Gobierno alemán dio muestras de su intención de conseguir, por todos los medios , el resurgimiento de la Alemania imperial de 1914 y aún sobrepasarla, desestimando como fuera de lugar  los puntos que aún subsistían en carácter de obligaciones del Tratado de Versailles.
Fue su diplomacia la que sin contar en su respaldo con una suficiente potencia militar, le permitió, en 1935, implantar el servicio militar obligatorio, ocupar militarmente la Renania, y finalmente, concertar con Inglaterra el pacto  naval que le permitiría montar un tonelaje para su marina de guerra equivalente al 35 % del inglés, con lo cual sobrepasaba a la flota francesa.  La reacción francesa, que en esa época podía ser decisiva, fue perfectamente neutralizada por la diplomacia alemana.
Luego, ya respaldada sin duda por la fuerza considerable que el Tercer Reich había logrado montar, se produce, en marzo de 1938, la anexión lisa y llana de Austria.  A fines de septiembre de ese mismo año, el tratado de Munich le entrega  el territorio de los Sudetes, pertenecientes a Checoslovaquia, hasta terminar con la total desaparición de este país el 15 de marzo de 1939.  Y siete días más tarde, el 22 de marzo, el jefe del gabinete lituano, el ministro Urbsys, entrega las llaves de Memel en Berlín mismo.
Casi de inmediato, la diplomacia alemana empieza a agitar la cuestión de Polonia.  La resistencia de ésta, apoyada por Francia e Inglaterra, no puede ser vencida; y entonces le corresponde crear las mejores condiciones para el empleo de sus fuerzas armadas, en el logro de su objetivo político.
Polonia parece estar apoyada por Rusia; y en Moscú se encuentran delegaciones de Francia e Inglaterra, tratando sin duda el problema político europeo, cuando el mundo entero es sorprendido por el pacto de no agresión ruso alemán, del 23 de agosto de 1939.
La conducción política y la diplomacia, con habilidad y astucia, han facilitado grandemente la tarea a la conducción militar.  Una semana después, ésta entra a actuar en condiciones óptimas.
En los litigios entre naciones, sin tener un tribunal superior e imparcial a quien recurrir, y sobre todo que esté provisto de la fuerza necesaria para hacer respetar sus decisiones, la acción de la diplomacia será tanto más segura y amplia, cuanto mayor sea el argumento de fuerza que en última instancia pueda esgrimir.
Así nuestra diplomacia, que tiene ante sí una constante tarea que realizar, estrechando cada vez más la s relaciones políticas, económicas, comerciales, culturales y espirituales con los demás países del mundo, en particular con los continentes, y, dentro de estos, con nuestros vecinos, cuenta como argumento para esgrimir, además de la hidalguía y munificencia ya tradicionales de nuestro espíritu, con el poder de nuestras fuerzas armadas, que debe ser aumentado en concordancia con su importancia, para asegurarles el respeto y la consideración que merecen en el concierto mundial y continental de las naciones.
Durante la guerra, las actividades de la política exterior y de la diplomacia, no decrecen.  Por el contrario, tal cual lo vemos en la actual contienda, redoblan sus esfuerzos para continuar creando las mejores condiciones de lucha a las fuerzas armadas.
No tenemos sino que ver cómo se neutraliza a países neutrales dudosos.  Los esfuerzos que se realizan para enrolar en la contienda a los simpatizantes o que observan una neutralidad benévola.. La forma en que desprestigia al adversario y se anula su propaganda en el exterior. Las simpatías que es necesario despertar en los mercados productores de armamentos y materias primas.  La utilización de la prensa y partidos políticos de países aliados y neutrales para hacer simpática la guerra al país.  La explotación de las divisiones y reyertas dentro del bloque de países enemigos, para provocar su desmembramiento, etc.  Y comprenderemos fácilmente que todo intelecto y capacidad política debe ser movilizado para servir a la defensa nacional.
Finalmente, una vez terminada la guerra, ya sea exitosamente o derrotada, la política debe continuar librando la parte más difícil de su batalla para obtener, en la liquidación de la contienda, que los objetivos políticos porque se luchó, sean ampliamente alcanzados, o reducir a un mínimo aceptable el precio de la derrota, respectivamente.
Este aspecto de la política cobra mayor importancia en la guerra de coaliciones, en la que tantos intereses chocan en la mesa de la paz, o para evitar la intervención de neutrales poderosos, que, sin haber intervenido en la contienda, quieren también participar del despojo del vencido.
Bastaría analizar la profundidad y vastedad de cada uno de estos aspectos, para comprobar que los conocimientos y aptitudes especiales que su solución requiera, no pueden desarrollarse recién cuando la guerra llegue, sino que es necesario un estudio de preparación constante de las mentalidades políticas durante el tiempo de paz.


3.-Fuerzas Armadas.


Las naciones tienen la obligación de preparar la máxima potencialidad militar que su población y riqueza les permitan, para poder presentarla en los campos de batalla, si la guerra ha llamado a sus puertas.
Los pueblos que han descuidado la preparación de sus fuerzas armadas, han pagado siempre caro su error, desapareciendo de la historia o cayendo en la más abyecta servidumbre.  De ellos, la historia sólo se ocupa para recordar su excesivo mercantilismo, o los arqueólogos para explorar sus ruinas, descubriendo bellas muestras de una grandiosa civilización pretérita, que no supo cultivar las aptitudes guerreras de sus pueblos.
La preparación de las fuerzas armadas para la guerra, no es tarea fácil ni que puede improvisarse en momentos de peligro.
La formación de reservas instruidas, sobre todo hoy, en que los medios de lucha han experimentado tantos progresos y complicaciones técnicas, requiere un trabajo largo y metódico, para que éstas adquieran la madurez y el temple que exige la guerra.
El arte militar sufre tantas variaciones, que los cuadros permanentes del ejército deben entregarse a un constante trabajo y estudio, que cuando la guerra se avecina, no hay tiempo de asimilar.
El militar, junto a su ciencia, debe reunir condiciones de espíritu y de carácter de conductor, para llevar su tropa a los mayores sacrificios y proezas;  y eso no se improvisa, sino que se logra con el ejercicio constante del arte de mandar.
Las armas, municiones y otros medios de lucha no se pueden adquirir ni fabricar en el momento en que el peligro nos apremia, ya que no se encuentran disponibles en los mercados productores, sino que es necesario encarar fabricaciones que exigen largo tiempo.  En los arsenales y depósitos es necesario disponer de todo lo que exigirán las primeras operaciones, y prever su aumento y reparación.
Las previsiones para el empleo de las fuerzas armadas de la nación forman una larga y constante tarea que requiere de cierto número de jefes y oficiales, estudios especializados, que se inician en las Escuelas Superiores de Guerra, y continúan después, ininterrumpidamente, en una vida de constante perfeccionamiento profesional.
El conjunto de estas previsiones contenidas en el plan militar, que coordina los planes de operaciones del Ejército, la Marina y la Aviación, se realiza sobre estudios básicos, que exigen conocimientos profesionales y generales muy profundos.
En dicho plan se resuelve la movilización total del país;  la forma en que serán protegidas las fronteras;  la concentración de las fuerzas en las probables zonas de operaciones;  el posible desarrollo de las operaciones iniciales;  el desarrollo del abastecimiento de las fuerzas armadas de toda suerte de elementos;  el desenvolvimiento general de los medios de transporte y de comunicación del país;  la defensa terrestre y antiaérea del interior, etc.
Como podéis apreciar, esta obra, realizada en forma completa y detallada, absorbe la labor constante de los organismos directivos de las fuerzas armadas de las naciones;  y de la exactitud de las mismas, depende en gran parte que la lucha pueda iniciarse y continuar luego en las mejores condiciones posibles.
Si la guerra llega, será la habilidad y el carácter del Comandante en Jefe y las virtudes guerreras de sus fuerzas, las que tratarán de inclinar el azar de la contienda a su favor; y no me refiero a la ayuda de Dios, porque ambos contendientes la implorarán con igual fervor.
Las fuerzas armadas de nuestra Patria realizan, en ese sentido, una labor silenciosa y constante, que se inicia en los cuarteles de las unidades de tropa, buques de la armada y bases aéreas, preparando dentro de sus posibilidades el mejor instrumento de lucha.  Y se continúa luego en sus institutos de estudios superiores, para terminar en la labor directiva de sus estados mayores.
No creo equivocarme si expreso que durante mucho tiempo, sólo han sido las instituciones armadas las que han experimentado las inquietudes que se derivan de la defensa nacional de nuestra Patria, y han tratado de solucionarlas, creando el mejor instrumento de lucha que han podido.  Pero es indispensable, si no queremos vernos abocados a un posible desastre, que todo el resto de la Nación, sin excepción de ninguna especie, se prepare y juegue el rol que en este sentido, a cada uno le corresponde.


4.-Acción política interna.


La política interna tiene gran importancia en la preparación del país para la guerra.
Su misión es clara y sencilla, pero difícil de lograr.  Debe procurar a las fuerzas armadas el máximo posible de hombres sanos y fuertes, de elevada moral y con un gran espíritu de patria.  Con esta levadura, las fuerzas armadas podrán reafirmar estas virtudes y desarrollar fácilmente un elevado espíritu guerrero y de sacrificio.
Además, es necesario que las calidades antes citadas, sean desarrolladas en toda la población sin excepción, dado que es dentro del país donde las fuerzas armadas encuentran su fuerza moral, la voluntad de vencer, y la reposición personal, material y elementos desgastados o perdidos.
Los países actualmente en lucha nos muestran todos los esfuerzos que se realizan para mantener en el pueblo, aún en los momentos de mayores sacrificios y penurias, la voluntad inquebrantable de vencer, al mismo tiempo que se desarrollan todas las actividades imaginables para minar la moral del adversario, naciendo así un nuevo medio de lucha, “la guerra de nervios”.
Si en cuestiones de forma de gobierno, problemas económicos, sociales, financieros, industriales, de producción y de trabajo, etc. Cabe toda suerte de opiniones e intereses dentro de un Estado, en el objetivo político derivado del sentir de la nacionalidad de ese pueblo, por ser única e indivisible, no caben opiniones divergentes.  Por el contrario, esa mística común sirve como un aglutinante más para cimentar la unidad nacional de un pueblo determinado.
Ante el peligro de la guerra, es necesario establecer una perfecta tregua en todos los problemas y luchas interiores, sean políticos, económicos, sociales, o de cualquier otro orden, para perseguir únicamente el objetivo que encierra la salvación de la Patria:  ganar la guerra.
Todos hemos visto cómo los pueblos que se han exacerbado en sus luchas intestinas, llevando su ceguedad hasta el extremo de declarar enemigos a sus hermanos de sangre, y llamar en su auxilio a los regímenes o ideologías extranjeras, o se han deshecho en luchas encarnizadas, o han caído en el más abyecto vasallaje.
Cuando el peligro de guerra se hace presente, y durante el desarrollo de la misma, la acción de la política interna de los Estados debe aumentar notablemente sus actividades, porque son muy importantes las tareas que le toca realizar.  Es necesario dar popularidad a la contienda que se avecina, venciendo las últimas resistencias y prejuicios de los espíritus prevenidos.  Se debe establecer una verdadera solidaridad social, política y económica.  La moral y el espíritu de lucha de la nación toda debe ser llevada a un grado tal, que ningún desastre ni sacrificio la pueda abatir.  Desarrollar en la población un severo sentido de disciplina y responsabilidad individual, para contribuir en cualquier forma a ganar la guerra.  Es necesario organizar una fuerte máquina, capaz de desarrollar un adecuado plan de propaganda, contra-propaganda y censura, que ponga a cubierto al frente interior contra los ataques que el enemigo le llevará constantemente.  Debe aprestarse a la población civil para que establezca por sí misma la defensa antiaérea pasiva en todo el territorio de la Nación, como único medio de limitar los daños y destrucciones de los bombardeos enemigos, etc.
Terminada la guerra, todavía tiene la política interna una ímproba tarea que realizar, especialmente si la misma ha sido perdida.
En este momento, parece como si las naciones íntegras, que han vivido varios años con los nervios sometidos a una constante tensión, desatarán de pronto todos sus instintos y bajas pasiones, creando problemas y situaciones  que amenazan hasta la constitución misma de los Estados.  Rusia y Alemania, a la terminación de la guerra 1914-18, constituyen la suficiente demostración de esta afirmación.
Esta obra política interna, debe ser realizada desde la paz, en todos los ámbitos.  Para lograrla la inician los padres en los hogares;  la siguen los maestros y profesores en las aulas;  las fuerzas armadas en buques y cuarteles;  los gobernantes y legisladores mediante su obra de gobierno;  los intelectuales y pensadores en sus publicaciones;  el cine, el teatro y la radio con su obra educadora y publicitaria.  Y finalmente, cada hombre en la formación de su auto-educación.
Referido  este problema a nuestro caso particular, llegaremos fácilmente a la comprobación de que requiere un estudio y dedicación muy especiales.
En nuestra lucha por la Independencia y en las guerras exteriores que hemos sostenido, sin asumir el carácter de nación en armas que hemos definido, podemos observar grietas lamentables en el frente interno, que nos obligan a ser precavidos y previsores.
Posteriormente, hemos ofrecido al mundo un litoral abierto a todos los individuos, razas, ideologías, culturas, idiomas y religiones.  Indudablemente, la Nación se ha engrandecido;  pero existe el problema del cosmopolitismo, con el agravante de que se mantiene dentro de la Nación, núcleos poco o nada asimilados.
Todos los años, un elevado porcentaje de ciudadanos, al presentarse a cumplir su obligación de aprender a defender a su patria, deben ser rechazados por no reunir las condiciones físicas indispensables;  la mayoría de los casos, originados en una niñez falta de abrigo y alimentación suficiente.  Y en los textos de geografía del mundo entero, se lee que somos el país de la carne y del trigo, de la lana y del cuero.
Es indudable que una gran obra social debe ser realizada en el país.  Tenemos una excelente materia prima;  pero para bien moldearla, es indispensable el esfuerzo común de  todos los argentinos, desde los que ocupan las más altas magistraturas del país, hasta el más modesto ciudadano.
La defensa nacional es así un argumento más que debe incitarnos para asegurar la felicidad de nuestro pueblo.

5.-Acción industrial.


Ya la guerra 1914-18 nos mostró, y en un mayor grado aún la actual, la importancia fundamental que para el desarrollo de la guerra asumen la movilización y el máximo aprovechamiento de las industrias del país.
Conocido es el rol que asumió Estados Unidos de Norte América en la anterior contienda y en la actual, en que mediante la contribución de su poderío industrial se convierte en el arsenal de las naciones aliadas, en el máximo esfuerzo por inclinar a su favor la suerte de la guerra.
Todas las naciones en contienda movilizan la totalidad de sus industrias, y las impulsan con máximo rendimiento, hacia un esfuerzo común para abastecer a las fuerzas armadas.
Es evidente qe esta transformación debe ser cuidadosamente preparada desde el tiempo de paz, solucionando problemas tales como el reemplazo de la mano de obra, la obtención de materia prima, la transformación de las usinas y fábricas, el traslado y la diseminación de las industrias como consecuencia del peligro aéreo, el reemplazo y reposición de lo destruido, etc.
Durante la guerra, es necesario poner en marcha este grandioso mecanismo:  regular su producción de acuerdo, con las demandas específicas de las fuerzas armadas;  asegurar los abastecimientos necesarios a la población civil;  adquirir la producción de materias primas y productos industriales necesarios en los países extranjeros, anticipándose y neutralizando las adquisiciones de los enemigos;  orientar la acción de destrucción de las industrias enemigas, señalando objetivos a la aviación y al sabotaje, etc.
Al terminar la contienda, las autoridades encargadas de dirigir la producción industrial tienen ante sí un problema más arduo aún, cual es la desmovilización general de las industrias, con los problemas políticos sociales derivados;  asegurar la colocación de losadlos aún en curso de fabricación;  transformar, en el más breve plazo posible, las industrias de guerra en productos de paz, para llegar cuanto antes a la reconquista de los mercados en los cuales se actuaba antes de empezar la contienda, etc.  Todo lo cual exige una dirección enérgica y genial, y la contribución de buena voluntad y esfuerzos comunes de industriales y masas obreras.
Referido el problema industrial al caso particular de nuestro país, podemos expresar que él constituye el punto crítico de nuestra defensa nacional.  La causa de esta crisis hay que buscarla lejos para poder solucionarla.
Durante mucho tiempo, nuestra producción y riqueza ha sido de carácter casi exclusivamente agropecuaria.  A ello se debe en gran parte que nuestro crecimiento inmigratorio no ha sido todo lo considerable que era de esperar, dado el elevado rendimiento de esta clase de producción, con relación a la mano de obra necesaria.  Saturados los mercados mundiales, se limitó automáticamente la producción;  y por añadidura, la entrada al país de la mano de obra que ella necesitaba.
El capital argentino, invertido así en forma segura, pero poco brillante, se mostraba reacio a buscar colocación en las actividades industriales, consideradas durante mucho tiempo una aventura descabellada,;  y, aunque parezca risible, no propia de buen señorío.
El capital extranjero se dedicó especialmente a las actividades comerciales, donde todo lucro, por rápido y descomedido que fuese, era siempre permitido y lícito.  O buscó seguridad en el establecimiento de servicios públicos o industrias madres, muchas veces con una ganancia mínima, respaldada por el Estado.
La economía del país reposaba casi exclusivamente  en los productos de la tierra, pero en su estado más incipiente de elaboración;  que luego, transformados en el extranjero con evidentes beneficios para su economía y desarrollo, en perjuicio de los suyos, y entrar en competencia con los productos que se seguirían allí elaborando.
Esta acción recuperadora debió ser emprendida, evidentemente,  por los capitales argentinos; o por lo menos, que el Estado los estimulase, precediéndolos y mostrándoles el camino a seguir.
Felizmente, la guerra mundial de 1914-18, con la carencia de productos manufacturados extranjeros, impulsó a los capitales más osados a lanzarse a la aventura; y se estableció una gran diversidad de industrias, demostrando nuestras reales posibilidades.
Terminada la contienda, muchas de estas industrias desaparecieron, por artificiales unas, y por falta de ayuda oficial otras, que debieron mantenerse.  Pero muchas sufrieron airosamente la prueba de fuego de la competencia extranjera dentro y fuera del país.
Pero esta transformación industrial se realizó por sí sola, por la iniciativa privada de algunos pioneros que debieron vencer dificultades.  El Estado no supo poseer esa videncia que debió guiarlos y tutelarlos, orientando la utilización nacional de la energía;  facilitando la formación de mano de la obra y del personal directivo;  armonizando la búsqueda y extracción de la materia prima con las necesidades y posibilidades de su elaboración, orientando y protegiendo su colocación en los mercados nacionales y extranjeros, con lo cual la economía nacional se hubiera beneficiado considerablemente.
Para corroborarlo, no me referiré más que a un aspecto.  Hemos gastado en el extranjero grandes sumas de dinero en la adquisición de material de guerra.  Lo hemos pagado a siete veces su valor, porque siete es el coeficiente de seguridad de la industria bélica;  y todo ese dinero ha salido del país sin beneficio para su economía, sus industrias o la masa obrera que pudo alimentar.
Una política inteligente nos hubiera permitido montar las fábricas para hacerlos en el país, las que tendríamos en el presente, lo mismo que una considerable experiencia industrial; y las sumas invertidas habrían pasado de una manos a otras: argentinas todas.
Lo que digo del material de guerra, se puede hacer extensivo a las maquinarias agrícolas, al material de transporte, terrestre, fluvial y marítimo, y a cualquier otro orden de actividad.
Los técnicos argentinos se han mostrado tan capaces como los extranjeros.  Y si alguien cree que no lo son, traigamos a estos, que pronto asimilaremos todo lo que puedan enseñarnos.
El obrero argentino, cuando se le ha dado la oportunidad para aprender, se ha revelado tanto o más capaz que el extranjero.
Maquinarias, si no la poseemos en cantidad ni calidad suficiente, pueden fabricarse o adquirirse tantas como sean necesarias.
A las materias primas nos las ofrecen las entrañas de nuestra tierra, que solo esperan que las extraigamos.
Si no lo tenemos todo, lo adquiriremos allí donde se encuentre, haciendo lo mismo que los países europeos, que tampoco lo tienen todo.
La actual contienda, al hacer desaparecer casi en absoluto de nuestros mercados los productos manufacturados extranjeros, ha vuelto a hacer florecer nuestras industrias, en forma que causa admiración hasta en los países industriales por excelencia.
La teoría que mucho tiempo sostuvimos de que si algún día un peligro amenazaba a nuestra Patria, encontraríamos en los mercados extranjeros el material de guerra que necesitásemos para completar la dotación inicial de nuestro Ejército y asegurar su reposición, ha quedado demostrada como una utopía.
La defensas nacional exige una poderosa industria propia, y no cualquiera, sino una industria pesada.
Para ello, es indudablemente necesaria una acción oficial del Estado, que solucione los problemas que ya he citado, y que proteja a nuestras industrias, si es necesario.  No a las artificiales, que, con propósitos exclusivamente utilitarios, ya habrán recuperado varias veces el capital invertido, sino a las que dedican sus actividades a esa obra estable, que contribuirá a beneficiar la economía y asegurará la defensa nacional.
En ese sentido, el primer paso ya ha sido dado con la creación de la Dirección General de Fabricaciones Militares, que contempla la solución de los problemas neurálgicos que afectan a nuestras industrias.
Al mismo tiempo, es necesario orientar la formación profesional de la juventud argentina.  Que los faltos de medios o de capacidad comprendan que más que medrar en una oficina pública, se progresa en las fábricas y talleres, y se gana en dignidad muchas veces.
Que los que siguen carreras universitarias, sepan que las profesiones industriales les ofrecen horizontes tan amplios como el derecho, la medicina o la ingeniería de construcciones.
Las escuelas industriales, de oficios y facultades de química, industrias electrotécnicas, etc., deben multiplicarse.  La defensa nacional de nuestra Patria, tiene necesidad de todas ellas.


6.-Acción comercial


El comercio, tanto exterior como interior de cualquier país, tiene una gran importancia desde el punto de vista de la defensa nacional.
Las naciones en lucha buscan anular el comercio del adversario, no sólo para impedir la llegada de abastecimientos necesarios a las fuerzas armadas, sino a la vida de la población civil y a su economía.  El bloqueo inglés y la campaña submarina alemana, son una demostración en este sentido.
Es necesario, entonces, estudiar cuidadosamente durante la paz las condiciones particulares en que el comercio podrá desenvolverse en tiempos de guerra, para desarrollar una política comercial adecuada.
En primer lugar, es necesario orientar desde la paz las corrientes comerciales con  aquellos países que más difícilmente podrán convertirse en contendientes, en una situación bélica determinada; ya que siendo el comercio una de las principales fuentes de la economía y de las finanzas de la Nación, conviene mantenerlo a su mayor nivel compatible con la situación de guerra.
Luego, deben estudiarse los puertos por donde saldrán nuestros productos e ingresarán los del extranjero.  Se debe determinar cuáles son los susceptibles de sufrir ataques aéreos o navales, los que pueden ser bloqueados con mayor facilidad, etc., con el objeto de saber cuáles son los utilizables, y las ampliaciones necesarias en sus instalaciones, para admitir la absorción de los movimientos comerciales de los otros.
A continuación habrá que considerar la forma en que dichos productos atravesarán el mar, a fin de asegurarlos contra el ataque naval del adversario.  Surge, como condición óptima, la necesidad de disponer de una numerosa flota mercante propia, y de una poderosa Marina que la defienda.
Se deberá estudiar también la posibilidad de desviar el tráfico de productos a través de países neutrales o aliados, con los cuales nos unan vías de comunicación terrestre, como forma de burlar el bloqueo.
Análogo estudio deberá efectuarse de los puntos críticos, sobre el que reposa el comercio enemigo, para atacarlo y poder así paralizarlo o destruirlo, sea mediante el ataque directo o por la competencia de productos similares en los mercados adquisitivos, haciendo jugar todos los resortes que la política comercial posee.  Las “listas negras” constituyen un ejemplo significativo.
Lo manifestado para el comercio marítimo debe, naturalmente,  ser extendido a las comunidades terrestres y fluviales con los países continentales.
Es necesario, luego, extender las previsiones al desarrollo del comercio interno, asegurando una distribución adecuada de los productos  destinados a satisfacer el abastecimiento de las fuerzas armadas y de la población civil, evitando la especulación y el alza desmedida de precios.
Las vías de comunicaciones terrestres (ferrocarriles y viales) y las fluviales deben ser cuidadosamente orientadas por una sabia política, que contemple, no sólo las necesidades de tiempo de paz, sino también las de guerra, en forma similar a las consideradas para el comercio marítimo.  Además, habrá que considerar las necesidades de las fuerzas armadas, no sólo para su abastecimiento, sino para la movilización, concentración y realización de determinadas maniobras.
Terminada la guerra, es necesario proceder a una desmovilización del comercio del país, orientándolo hacia su cause normal de tiempo de paz, intentando la conquista de nuevos mercados, etc., y ajustando todo a los resultados obtenidos en la contienda.
De lo acertado de estas previsiones, dependerá en alto grado la rápida desaparición de las crisis y depresiones que fatalmente se presentan en los períodos de posguerra.
El sólo enunciado de los problemas comerciales a que me he referido, basta para dar una idea de la  gravedad y trascendencia de los mismos, y de la necesidad de disponer de verdaderas capacidades para resolverlos.


7.-Acción económica.


La economía de la Nación es de importancia fundamental para el desarrollo de la guerra.  Las riquezas del país son llamadas a su máxima contribución para asegurar el éxito de la misma;  y de la calidad y cantidad de producciones existentes dependerá también en alto grado la financiación de la guerra.
Las posibilidades del comercio exterior, las condiciones particulares de la economía de cada país y el manejo de sus finanzas, requieren la más hábil conducción, para evitar la ruina del mismo, a pesar de haber ganado la guerra.
El consumo de productos en un país en guerra asume cifras fantásticas, y es necesario estimular al máximo la producción de riquezas, a pesar de que la mano de obra, la maquinaria y los útiles, las fuentes de energía y los medios de transporte, se encuentran ya exigidos al máximo.
Es necesario, además de estudiar la utilización de las propias fuentes de riqueza, coordinarlas con las de los países aliados y con las de las regiones que se provea conquistar o perder durante la contienda.
Indudablemente, la movilización y transformación de la economía del país, con todos los intereses que habrá que vencer, formas de explotación muchas veces antieconómicas que será necesario establecer, la distribución adecuada de recursos, la determinación de las importaciones indispensables y el orden de prioridad a establecer en las mismas, la organización del trabajo y la utilización del personal, adaptándolos a determinadas actividades, la utilización de los medios de transporte y de comunicación, etc., son tareas muy complejas.
Al igual que en las cuestiones analizadas anteriormente, los países, desde el tiempo de paz, tratan de someter la economía de los probables adversarios a ciertos vasallajes y a situaciones críticas, preparando verdaderas minas de tiempo que harán explosión en el momento deseado.
Finalmente, terminada la guerra, es necesario, como en los demás aspectos, transformar esa economía de guerra tan especializada en economía de paz.
La transformación que necesariamente debe producirse en las industrias, en la vida agropecuaria y en todos los órdenes de la producción, es de tal naturaleza, que si no se han adoptado con tiempo medidas previsoras, muy graves perturbaciones pondrán en peligro la existencia misma de los Estados.
La desocupación y el derrumbe industrial y comercial han asolado a las naciones beligerantes después de la guerra 1914-18, cundiendo una desmoralización general, peligrosa y contagiosa.


8.-Acción financiera


Conocido es el aforismo atribuido a Napoleón: “El dinero hace la guerra”, y el de von der Goltz: “Para hacer la guerra se necesita dinero, dinero y más dinero”.
La actual contienda nos permite ver cómo las cifras de los presupuestos, que en Inglaterra y Estados Unidos de Norteamérica se someten a la aprobación de sus cámaras legislativas, ascienden a cifras verdaderamente fabulosas.
Es indudable que finanzas sanas desde la paz, facilitan notablemente la conducción financiera de la guerra.  La existencia de reservas metálicas de divisas, y un crédito exterior e interior sano, son otros tantos factores de éxito a considerar.
La financiación de la guerra sólo puede hacerse en base a cuidadosas previsiones, formuladas desde la paz, ajustadas a las más variadas circunstancias que puedan presentarse.
Será necesario efectuar una apreciación sobre el probable costo de la guerra, sobre el cual es muy fácil que nos quedemos siempre cortos.
En el establecimiento de las inversiones habrá que realizar la administración más severa y estricta.
Para hacerse de recursos, habrá que extremas todas las medidas, aún las coercitivas: movilización de las reservas metálicas y divisas existentes –aportes voluntarios o forzosos del crédito interno y externo-, de los bienes estatales –del sistema impositivo-, de la emisión del papel moneda, etc., sin consideración alguna a los intereses particulares o privados.
Será también necesario realizar una guerra implacable a las finanzas de las naciones adversarias especialmente atacando su crédito, su moneda y su sistema impositivo.
Será también necesario estudiar la contribución económica y financiera que se impondrá a la nación adversaria, en caso de victoria; y la forma de pagar la deuda de guerra en caso de una derrota.
Finalmente, habrá que prever la forma de pasar del sistema financiero de guerra al de paz, y la financiación de la deuda contraída, que gravará aún por largos años las finanzas del Estado.

VI. CONCLUSIONES.
Señores:  esto es lo que los militares entendemos por defensa nacional.
He pretendido expresar en el curso de mi exposición, y espero haberlo conseguido, las siguientes cuestiones:

1ra) Que la guerra es un fenómeno social inevitable;
2da) Que las naciones llamadas pacifistas, como es eminentemente la nuestra, si quieren la paz, deben prepararse para la guerra;
3ra) Que la Defensa Nacional de la Patria es un problema integral, que abarca totalmente sus diferentes actividades;  que no puede ser improvisada en el momento en que la guerra viene a llamar a sus puertas, sino que es obra de largos años de constante y concienzuda tarea;  que no puede ser encarada en forma unilateral, como es su solo enfoque por la fuerzas armadas, sino que debe ser establecida mediante el trabajo armónico y entrelazado de los diversos organismos del gobierno, instituciones particulares y de todos los argentinos, cualquiera sea su esfera de acción;  que los problemas que abarca son tan diversificados, y requieren conocimientos profesionales tan acabados, que ninguna capacidad ni intelecto puede ser ahorrado.
Finalmente, que sus exigencias sólo contribuyen al engrandecimiento de la Patria y a la felicidad de sus hijos.