martes, 16 de abril de 2013

Por Martín Cecere

La Ciudad de La Plata es hoy la patria, mi patria. Estuve 11 días en aquella ciudad, descargando camiones que llegaban de todas partes del país, dando una mano desinteresada con chicas y chicos de todo el país, con uniforme, pechera y remera, o sin tales cosas, pero todos, absolutamente todos, con un corazón y una voluntad de colaborar enormes. No hago cadenas de facebook, hice cadenas pasamanos para descargar hasta 20 camiones por día, trabajando hasta 16 horas diarias, de noche, con lluvia, con frío, con sueño. Nadie aflojó nunca un instante. Busquen en youtube algún video para observar como esta la gente y los barrios a los que pudimos enviar la ayuda, notarán que al menos vieron que con voluntad y organización, se puede limpiar, se puede reparar, se puede volver a creer en que el mejor don es el otro. Pues de él viene hacia nosotros el ser. Es verdad, pensaba en Levinas y en Mauss con frecuencia en esta jornada de 11 días.
Cada caja venía de una familia de algún punto del país, humilde o poderosa, pequeño o mayor el envío, todos fueron tratados de la misma manera. Cada donación llegó a alguna otra familia de La Plata que atravesó la tragedia de la inundación y se encontró con que todo el país salió a darles una mano.
Les cuento una historia:
algunas cajas venían rotuladas, pero no en el sentido de clasificadas, si no que llevaban algún mensaje de apoyo de la familia que enviaba la donación del tipo "Jesús te ama" o "Jujuy está con vos" para la familia anónima que la recibiría. Por la caligrafía y los fibrones de colores en que algunos mensajes venían escritos pude adivinar que eran niños quienes las escribían. Tantas colectas fueron organizadas en escuelas, bibliotecas populares, parroquias que si uno lo piensa, resulta natural que fueran niñas y niños quienes armaran o colaboraran en el punto de partida. Algunas, entonces, traían un pequeño dibujo. Una por cierto, era sólo eso: un dibujo de un niño de 3 años, 5 a lo sumo. Y tenía un nombre "Nicolas". Los pasamanos esos derivaban en aulas por rubros: Alimentos, Limpieza, Agua, Ropa, Colchones. Nosotros, quienes descargábamos, apenas teníamos unos segundos esas cosas en las manos. La demora que aguardaban los transportistas alcanzó a veces hasta las 6 o 7 horas para llegar a posicionarse para ser descargado. Ningún camionero se quejó nunca. La donación de "Nicolas" con su dibujo la vi un instante y me sacó una sonrisa. La observé ese segundo e imaginé toda una película. Vi el dibujo ese.
En esa cadena, como en tantísimas otras, estaban los soldados. Jóvenes de cuánto?, de 20 a 25 años? Uno en particular se acercó más tarde a preguntarme por ese dibujo. Que su hijo se llamaba Nicolás, también. Y querría llevarle a su casa ese recuerdo de la experiencia de estar en La Plata. Lo miré desorientado. Pensaba en la infinidad, repito, infinidad de cajas que habíamos trajinado durante toda la jornada. Dónde estaría esa, en particular? Al mismo tiempo, quería que el soldado pudiera irse con su recuerdo a su hogar. Pero, cómo haría para entrar en el aula donde se clasificaba la comida y preguntar por un dibujo. Justo allí donde entraba mercadería sin cesar, donde había que contar paquete x paquete, unidad por unidad, asentar la entrada, controlar luego el stock, y al recibir los pedidos desde los barrios, dar de baja esa mercadería y anotar la salida. Donde había además que armar las comandas que luego serían enviadas a las familias en los barrios sin demora, todo esto, voluntariamente, a mil por hora, con miles de personas, lo voy decir mejor, miles de compañeros, y también miles de voluntarios, y también miles de vecinos, y también cientos de uniformados, defensa civil, el ejército, gendarmes, prefectos, SPF; entrando y saliendo, gritando y moviendo cosas de un lado al otro. Allí, en esa aula de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata, tendría que entrar y preguntar si habían visto un dibujo. Mientras corría entre el pasamanos para "probar suerte", digamos y preguntar por el dibujo de Nicolás, pensé en lo absurdo de la situación. No obstante llegué hasta la puerta del aula. Pero aún así, al ver el quilombo en que se hallaban quienes estaban a cargo de la clasificación de los alimentos, y que levantaron la vista y me preguntaron que necesitaba sólo atiné a balbucear "No, nada".
A la noche del día siguiente, una voluntaria de La Plata, no una compañera, una voluntaria que fue varios días a dar una mano, me ofreció su casa para que pudiera darme una ducha caliente. No era solamente a mi que me lo ofrecía, vive a pocas cuadras de la Facultad y todas las noches ofrecía que fuéramos varios. La noche que fui yo coincidí con una militante de la Cámpora, con una compañera de Avellaneda (o Lanús?), madre soltera de un joven adolescente, que se pasó en La Plata casi toda la semana. Era ella quien estaba como responsable del sector ingreso, clasificación y armado de los pedidos de alimentos. Luego de pasar cada uno a ducharnos, tomamos unos mates y conversamos (mientras algunas de mis pocas ropas que llevé estaban en el lavarropas. Hasta tanto llega la solidaridad, lo sabía quizás, ahora lo experimenté, alguien totalmente desconocido hasta media hora antes, me invitaba a su casa una ducha caliente y me ofrecía el lavarropas para que pudiera limpiar mi muda de ropa). Sigamos. En la ronda de mate, Gisela, la cumpa de avellaneda, quiso contar y compartir algo que la había maravillado. Buscó en su cartera su agenda y extrajo una hoja. Era el dibujo de Nicolás. Lo había visto y también le había gustado, al punto de destacarlo, tomarlo de la caja donde venía pegado y guardarlo.
No. Esta historia no cierra. No encontré al soldado que me lo había pedido (llegaron tantísimos desde tantos puntos del país, desde tantas unidades), y tampoco me hubiera atrevido a preguntarle a Gisela si accedería a entregar semejante souvenir. Esta pequeña anécdota expresa para mi una gran Historia. Puesto que la ayuda sí que llegó a donde correspondía. Y continuará llegando. No, espero, en forma de alimentos. Si, en cambio en la forma del don. El don de Nicolás. Un dibujo. Tres sonrisas. La de Gisela, la del soldado, la mía. Tres instantes.
Hay más pequeñas historias como ésta. Habrá muchísimas más también en el futuro, sin que medie una desgracia como la inundación. Y en ese don, el de darse al otro sin esperar recibir nada a cambio, reside la patria. Allí estuve. Quedaba en La Plata en esta oportunidad. Allí estoy, quiero compartirlo con todos. No es un "souvenir". Es mi militancia. Vuelvo el miércoles a La Plata.

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