miércoles, 16 de marzo de 2011

Más pavadas para Vargas

Continuando el debate alrededor de la invitación que hiciera la Fundación del libro a Vargas Llosa para que inaugurase la próxima Feria del Libro y que nuestro Horacio González criticara oportunamente, Eduardo Grüner suma su valiente opinión y letra.

Página/12. 16/03/2011

Por Eduardo Grüner
Uno duda, mucho, antes de darle más “largas a Vargas” –para retomar la feliz expresión radragasiana de Horacio González–. Muchos amigos dicen: Vaya, ya basta, ¿van a alargar la lata hasta la sanata? Argumento atendible. Es un riesgo, sí: hay cosas más dramáticas, Libia, Japón (a lo mejor tiene razón Rep y viene el tsunami final antes de la Feria). Y, aun admitiendo quedarse entrecasa, dicen, no será darle demasiada manija al plumífero (alguien debe recordar ese epíteto del colorado Ramos), no será darle demasiado pastito a las fieras, dale, largá, que venga, diga lo que quiera y se vaya, y a otra cosa, total, estas pavadas pasan, igual ni tirios ni troyanos van a cambiar de opinión por lo que diga ninguno de ambos bandos. El propio Vargas debe estar pensando eso, en su nuevo papel de “primer sorprendido”. Pero, no, mire, Vargas, el tema es otro, no es usted, no sólo usted, por lo menos. El tema es, justamente, ese de los “dos bandos”, de los tirios y troyanos. Así que usted sabrá disculpar, usted comprenderá, porque es un hombre de textos, que lo usemos como pre-texto para discutir eso. Vea, lo voy a decir, para empezar, con un apólogo. Viñas se nos fue prematuramente –como pasa siempre–. Voy a ser completamente egoísta, y hasta un poco brutal. Pero es que me atrevo a pensar que más de uno habría alquilado balcones –parece que en una época los balcones se alquilaban– para escuchar qué le respondía David. ¿Quiero decir con esto que lo habría hecho mejor que González? Claro que no: lo habría hecho de otra manera, seguro, pero la respuesta de Horacio –la habrá leído, imagino, ya que leyó las anteriores– es impecable (como dicen los uruguayos). No, Vargas, la ventaja de Viñas es que usted no habría podido tan a la ligera tacharlo –porque usted lo usa como tachadura: como anulación y descarte– de intelectual “K”. O sea: usted se hace el distraído, o, como se dice, “finge demencia”, dando por descontado, con un plumazo, que todo el que se atreve a objetar lo que usted piensa y dice es un intelectual “K”. Es una doble operación –hábil, pero hay otros hábiles, créame, que han adquirido habilidad de lectura leyéndolo a usted entre muchos–: paso uno, todos los que se le oponen son “K”; paso dos, a los que son “K” –usted no necesita explicar esto, lo da por sobreentendido– los descalifica como intelectuales. Su lógica, en este punto, me hace acordar a la de los muchachos de la Liga del Norte italiana, que llaman “africanos” a los de Sicilia, dando por sentado que “africano” es un insulto. Pero, Vargas, usted sólo está insultando a su propia inteligencia: usted sabe, es un hombre de letras, que no puede usar una letrita para tapar una maniobra ideológica tan ramplona. Y si se la cree en serio, permítame, con toda humildad, que le corrija su doble error: paso uno, no todos los intelectuales que lo discutimos –perdone que me incluya pedantemente en esa magna categoría, es para ir rápido– somos “K”; paso dos, no todos los intelectuales que ademáss son “K” actúan como “funcionarios”, aunque desempeñen alguna función: como diría una psicóloga amiga, “no proyecte, Vargas”: si algún “funcionario” hay en este debate, no es precisamente González. Pero no hay, en verdad, tales errores (tal vez sólo algún exceso): todo esto usted lo sabe perfectamente. Sigamos –como dijo otro intelectual argentino– con el “paso a paso”: paso uno, usted les da letra fina a sus amigos de la nación (de cualquier nación, puesto que usted se precia con justicia de ser cosmopolita) para que “tachen” a los intelectuales discutidores de “K”, es decir de peleles de alguna voz “oficiosa”; paso dos, ya que estamos, usted alimenta –porque a sus amigos les conviene– un lamentable sentido común que viene creciendo como una fatalidad desde el lío aquel de la 125 (usted estaba casualmente aquí, se debe acordar): a saber, que todo el que piensa diferente –no digamos ya en contra– de lo que piensan sus amigos es una suerte de fundamentalista “K” irracional, troglodita, un poco fascistón, o estalinistón, vaya a saber. Vale decir: una especie de alambicada, retorcida, bizantina teoriita de los dos demonios, con usted trabajando de ángel componedor. No sé bien cómo logró imponerse ese gigantesco (e interesado) malentendido de que aquí todo es “K” o anti-K”, pero usted, Vargas, bien que lo aprovecha. Y, mire, no, no hay ángeles y demonios tan fácilmente etiquetables, al menos por fuera de extremos sobrehumanos. En la tierra firme hay otras cosas: hay luchas políticas e ideológicas, por ejemplo, que implican toda clase de complejos matices, alineamientos “coyunturales” dentro de las estrategias “estructurales”, todo eso que no facilita esos acantonamientos simplotes que sus amigos (y no solamente: a algunos “K” también les sucede) nos quieren vender. Usted eso también lo sabe, Vargas, o lo sabía. En los años ’60 –supongo que no lo ha olvidado– usted firmó la famosa carta de protesta ante el gobierno de Cuba por el caso Padilla. ¿Lo hizo porque ya entonces era de derecha? No, al contrario: lo hizo porque era de izquierda, y le pareció (no hace falta ahora abundar sobre las complicaciones del asunto) que había cosas que no se podían hacer en nombre de la izquierda. Un gesto bien consistente. ¿Y necesito recordarle que aquel manifiesto lo encabezó nada menos que Sartre (a quien, dicho sea de paso, usted destrató tan peyorativamente en su prólogo a Madame Bovary. Qué nos esperará a los demás...)? Es decir: hubo un tiempo en que usted sabía discriminar sin ser un discriminador. Por supuesto, después usted cambió de idea. Nada tenemos que objetar a eso, entiéndase. Todo intelectual tiene el derecho –y hasta la obligación, si ese vuelco lo siente honestamente en su “fuero interior”, como se dice– de defender sus cambios de ideas. Pero una cosa es cambiar de idea, y otra cambiar de posición. Me explico, o trato: una cosa es, sea de izquierda o de derecha, ejercer el deber intelectual de criticar lo que se juzgue criticable también en el propio “bando”, y otra cosa es escamotear detrás de la crítica al otro bando las perversiones del propio (eso se llama “parte por el todo”, “fetichismo ideológico”, y en el límite clínico “psicopatía”). Porque, caramba –no, empezamos esto como pequeño homenaje a Viñas, así que no digamos “caramba”–, carajo, Vargas, usted sabe bien, ha leído a Shakespeare, que hay más cosas entre el cielo y la tierra que las que nuestras filosofías pueden explicar. Sabe bien que no le basta anteponer la letrita “K” para ocultar, como quien tapa el sol con el pulgar, que hay muchas posiciones que oponerle (suponga que le digo: yo no soy “K”, Vargas; entonces, ¿qué hacemos? ¿Se niega usted a discutir conmigo? ¿O alucina que estoy de su lado?), así como sabe bien que no le basta citar su oposición a Videla o a Pinochet para ocultar su apoyo a las masacres de Irak o Afganistán, perpetradas por los mismos, o equivalentes, mandantes de Videla o Pinochet. Y, con todo respeto por las proporciones, sabe bien que no le basta tildarlo a González de “funcionario” para invalidar sus argumentos. Y sabe bien que la crítica intelectual, que usted tanto ha ejercido bien o mal, no es censura, ni llamado a la prohibición, ni linchamiento. Y si usted sabe todo eso, Vargas, ¿está entonces jugando el jueguito de la “razón cínica” (con perdón de esa notable escuela filosófica de la Antigüedad)? Lo hemos leído mucho, como dice Horacio, y nos cuesta creer semejante cosa. Claro que el aprecio literario tampoco es garantía de nada, y –aunque me gustaría insistir en que este es un debate político, no poético– Américo Cristófalo, en alguna de estas mismas doce páginas, pudo arriesgar no que usted no “escribe bien” –no conozco una definición infalible de qué significa eso– sino que, junto con su ética, usted había cambiado su literatura. No sé, tal vez los liberales, y para colmo un poco ingenuos, seamos nosotros: todavía creemos que un intelectual tiene deberes. Consigo mismo, para empezar. En todo caso, para volver al principio, no se me ofenda, pero usted es una simple excusa, que “cayó como peludo de regalo” (habrá leído, casi seguro, nuestra poesía gauchesca). La anécdota feriante, en sí misma, carece de mayor trascendencia; hablamos de otra cosa. No hace falta que gallee, pues, que patotee con que entonces ahora sí va a venir a hablar de política, etcétera. ¿Qué quiere que le repliquemos? ¿“Que se venga el marquesito”? No, Vargas, no vamos a usar ese lenguaje de bravucón entorchado para darle el gusto de que siga ciniqueando con la pavada de que lo tratamos del mismo modo que la dictadura. Usted puede venir cuando quiera, no hace falta que se lo digamos ni que nadie le dé permiso. Ni siquiera que lo inviten. Sepa, sí, que respecto de este tema, “estamos en otra”. Diga lo que le plazca, donde le cuadre. Ni la ciudad ni los perros argentinos lo van a maltratar. Lejos de ello, usted puede, si quiere, tener con nuestros intelectuales, sean o no “K”, una buena conversación. En la Catedral, incluso, si gusta. O en la vereda de enfrente: desde allí también se puede

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